Albur mágico

Hay momentos en la vida en los que por alguna extraña casualidad, suerte o albur mágico, uno termina por darse cuenta que la felicidad no es la plata, ni la fama, ni siquiera el amor, sino que la felicidad consiste en que nadie nos joda.

Ataraxia, la llaman los que saben que es ese estado de ánimo que se caracteriza por la tranquilidad y la total ausencia de deseos o temores. Algunos incluso podrían definirla como la muerte misma, que no es igual, pero se parece porque en nuestra cultura siempre solemos decir, descansar en paz. Epicuro, el filósofo griego, hablaba de la aporía como la ausencia de dolor y que por tanto lograr una parte de la felicidad implicaba evitar el dolor y mantener la tranquilidad, mientras que los estoicos la entendían como la ausencia de trastornos del alma y la serenidad.

La cosa no resulta fácil porque es tanta la mugre y la costra que tenemos, que ya se nos confunde con la piel. Acumulamos tanto rencor y tanta rabia, tanta frustración y tanto fracaso, tanta alegría frívola y fútil, que andamos por la vida sin saber lo que queremos y mucho menos dónde lo podemos encontrar.

 

Con el paso del tiempo, uno entiende que la felicidad es que no nos joda nadie

Que nadie nos joda la vida no es volverse un ermitaño, un solitario, un asceta o un monje, que también, sino subir un escalón en la existencia para ver la vida como un espíritu que se desprende del cuerpo y ve la vida desde arriba, sin que nada lo turbe o lo desquicie. Abandonarse en uno mismo sin olvidar que existen otros con sus mañas y locuras, con su malparidez, pero también con su bondad. Por eso, a veces vale la pena llenarse de cosas que no son cosas para no volverse esclavo de ellas, porque las cosas no son tan solo cosas sino  cosas que están llenas de personas y sus cosas.

Mirar la vida con otros ojos, no con la melosería de los que se sienten tocados por una vara mágica, sino con la humildad del que reconoce que no todo lo puede, que hay  un ser al que llamamos Dios, que hay amigos, que hay gente que te quiere y otras que no tanto. Estar convencidos que no hay nada que nos amarre, pero sí muchas cosas que nos atan, que no hay que convencer a nadie de lo que uno es o lo que ofrece, que no hay que  luchar por una posición y mucho menos por un puesto, que no hay que dejar de aprender, dejar de intentar, dejar de jugar, dejar de reír, dejar de llorar, dejar de ser un niño un poco irresponsable.

Un despertar tardío, si se quiere, pero despertar al fin y al cabo…

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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