Amor distante

 

Siempre he sido un tipo reservado. El problema es que aún no sé bien para quién ni en qué circunstancias. El caso es que mi forma de  ser,  taciturna y silenciosa, introvertida y abstraída, me ha regalado una fama de malparidez intermitente. Y no.

Mi ángel de la guarda, mi dulce compañía, tal vez se llamaba Luzbel o Lucifer, uno de los ángeles favoritos de Dios, porque desde siempre me he empeñado en ser rebelde, distinto, disparejo. Y callado, lo que de alguna manera es una forma mezquina de ser y estar con las personas con las que me cruzo en esta vida.

En mis horas más oscuras, he dado tumbos y vaivenes, volteretas y acrobacias, caídas y cabriolas. Me he perdido y he encontrado, refundido y transformado y más que los inventos, siempre me han gustado los intentos y por eso, he tanteado muchas trochas y caminos. Drogas, ninguna, pero no porque mi moral me lo aconseje, sino porque creo que nunca hubiera tenido con qué sostenerme ningún vicio. Odios, pocos y efímeros, rabias muchas, errores todos y perdones, demorados. Hoy me reconozco como un ser roto, abollado, machacado, lleno de remiendos y costuras, pero en pie.

 

Siempre he sido un tipo reservado. El problema es que aún no sé bien para quién

 

En medio de esa lucha con mi misma mismidad, me he alejado de personas  a las que amo intensamente. La vida nos ha puesto en orillas diferentes que como mareas indecisas, se acercan o se van. Sin embargo, luchar contra el amor es desgastante y estéril, pueril y cándido, improductivo  y simplemente inútil.

En algún momento de mi vida , encontré la solución. Nunca he sido religioso a pesar de las apariencias que guardé. El universo o el Dios en el que creo, que se parece poco al que tienen los demás porque es mi propia construcción, me entregó el don de la oración, que no es más que una forma de amar a la distancia. No tiene forma ni camándula, no hay golpes de pecho ni indulgencias, lapidaciones ni promesas. Tiene la gran ventaja de no esperar nada a cambio, porque entre menos bulla se haga, más tranquilidad se alcanza. Los otros, puede que ni se lleguen a enterar – ojalá- porque en este mundo material, fútil y baladí, tal vez no les alcancé para sentirse satisfechos.

Orar es la forma inalámbrica de amar, una especie de cariño tántrico y eso, se parece poco a la malparidez que me achacan y reclaman…

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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