Los atardescentes, los vintagenarios, los madurescentes, somos una especie de clase media, con todas sus características: arribistas, aspiracionales, confundidos y olvidados.
La generación vintagenaria, situada en la franja que araña los 45 y los 60, vivimos en una especie de marasmo, que a veces confundimos con la baba, porque no hemos aprendido a reconocer lo que somos. O mejor, lo que no somos. No somos nativos digitales, sino apenas migrantes digitales, porque a duras penas nos agarramos con las uñas del último vagón del internet.
Somos pura clase media:arribistas, aspiracionales, confundidos y olvidados.
Tampoco somos máquinas del sexo, pero olvidamos que sabemos una que otra cosa. Tenemos confusiones, pero estas tienen que ver más con la vida que con las cosas. Los dolores musculares se nos pasan con pañitos de agua tibia y hace rato decidimos que lo mejor es acostarnos muy temprano. Ya nos pasó el tiempo de las rumbas callejeras, porque no resistimos un guayabo sin consulta a la EPS. Hacer deporte es colocarnos al borde del infarto y nuestros dolores de cabeza son migrañas y jaquecas. A las empresas no les interesa nuestro conocimiento ni mucho menos la experiencia que tenemos y en los procesos de selección somos la cuota de experiencia que les pide la conciencia para posar de altruistas y demócratas.
Nuestras confusiones tienen que ver más con la vida que con las cosas
Por eso, el mayor drama que tenemos los que vivimos esa edad, es el arribismo en inversa que sentimos, porque no nos reconocemos como somos sino que queremos ser más jóvenes, sin entender que la vejez es nuestro futuro. Y el de todos. Para el Estado y para la sociedad somos transparentes, casi invisibles, porque hay políticas para la niñez, para la juventud, para la tercera edad, pero no para nosotros. Como la clase media.
No nos queda mas remedio que enfrentarnos al espejo para encontrar el lado sexy de la arruga, porque cuando nos reconozcamos, empezaremos a entender que aún tenemos mucho por decir, mucho por hacer y mucho por sentir.