Ausencia

Veo en la calle su ausencia a través de la ventana. No está. Un día decidió irse sin decirle nada a nadie. Sin despedirse. Ahora no es. No opina. No cuenta. No dice. No hace. No existe. La vida sigue. La gente corre. Los carros salpican. Es martes en la tarde y en Bogotá, aguacera. 

Desde el inmenso ventanal, lo veo caminando entre los charcos. Me tomo un vino, que tal vez no debiera. Suena Pedro Guerra. Percibo su silencio, su no estar, su no decir. Toda la vida se ha ufanado de decir siempre lo que piensa, aunque debió haber sido, por todo lo contrario, porque si hubiera pensado, tal vez no hubiera dicho. Upps… Suena la cerradura y el diiing del móvil de la entrada.

Entro a mi apartamento. Mojado entero. Hago un desastre a la entrada. Escurro. Voy al baño en busca de una toalla. Qué frio.Tirito. Brrr. En el ventanal veo al mismo tipo que me acompaña desde siempre. Es mi única compañía. A él le habló y me contesta. Es una especie de ángel de la guarda, de consciencia, de amigo imaginario, de chifladura. Una monomanía.  Le he hecho más caso del que debiera. Es reflexivo, tolerante. Reminiscente y loco.

  • Le dije que no fuera, que iba a llover
  • Yo sé, pero no importa

Puedo pasar horas enteras viendo el agua caer. Amo la lluvia, pero me aburren las opiniones, empezando por las mías. Me sobran veredictos y me faltan argumentos. Perder la razón, todo lo cura. Cada día opino menos, pero como en el Kama Sutra, tengo posiciones. He perdido el interés por convencer a los demás. Uno solamente debe estar donde es querido, opinar de lo que sabe, gastar lo que se tiene y comer lo que se puede. No sé si es resignación o realismo trágico. Saramago decía que “el trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.  Y tiene razón (o por lo menos esa es mi opinión). Las gotas golpean el vidrio. La lluvia es como la gente que opina. Diversa, dispersa, fútil, temporal, fugaz, casi insustancial.

Me dice con ese tonito autosuficiente que me aburre, que me irrita y me disgusta:

  • Opinar tiene mucho de ego y poco de sabiduría porque algo va de enseñar lo que uno sabe, a creer iluminar la ignorancia de los otros. El que sabe termina hablando poco y lo poco que habla dice mucho. La persona ocupada casi no opina . No tiene tiempo. No le interesa. Vivimos en un mundo lleno de opiniones, puntos de vista, juicios. Fugaces. Líquidos…

A veces podemos estar de acuerdo: Yo, que no sé de nada e ignoro de todo, estoy intentando cada día ofrecer mi silencio, que por lo menos me salva de mostrar el grosor de mi ignorancia. Ya no opino. No decir es jodido. Escribo. Lo que me ahorro en opinar, me lo gasto en escuchar. Soy un pedacito de todos. Boronitas. Ecléctico que llaman, después de haber separado la verdura de la carne.  Me tomo un café. Ahora suena Victoria Bernardi.

  • Usted no opina porque me tiene a mí. Y debo decirle que a veces me enloquece. Un día dice blanco, otro negro. Un día la quiere, otro la olvida. Un día se emputa y al otro se resigna. ¿Bipolar? ¿Psicótico? ¿Parchudo? ¿Indeciso? ¿Irresoluto? ¿Voluble? Decir que se ha vuelto tolerante, tranquilo, humilde, estando solo o hablando conmigo, es pura teoría. Eso se prueba con los demás.
  • Es cierto. Tal vez vivo en una burbuja. Hablo solo. O con usted, que no es lo mismo, pero es igual. Desde que sale el sol, cuando se le da la gana salir, hasta que llega la noche, cuando sumercé se convierte en el peor de los insomnios.
  • Ajá…

Vuelvo a la realidad. Mi dislate se ha ido.

No sé si he cambiado o es pura ausencia. No hay camas grandes, sino ausencias que se sienten., pero como dice Benedetti “ahora estoy solo francamente solo y siempre cuesta un poquito empezar a sentirse desgraciado”

No llueve más y ya no hay nadie en la ventana…

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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