Amo la música. Me gusta escucharla con mis audífonos porque aunque en muchas cosas soy una inconsciente, en esta tengo claro que lo que escucho es para mi y no para todos mis vecinos.
Desde siempre amé el rock argentino: Fito Páez, Alejandro Lerner, Patricia Sosa, Spinetta, Sui Generis, Víctor Heredia, son mis preferidos. También adoro la salsa, que ustedes los colombianos llaman “ vieja”: El Gran Combo, Richie Ray, la Ponceña, Pacheco, Rubén Blades , Héctor Lavoe, la Fania, Celia, Niche, Joe Arroyo, Fruko y por supuesto, Marc Anthony. Me paseo también por la Nueva Trova, el son cubano, el Latin Jazz, el jazz, el rock y el pop de España y aunque no tengo puta idea de inglés, oigo Los Beatles, Joe Cocker, Simon & Garfunkel, Roberta Flack, Carole King, Elton John, Phil Collins y de los de hoy, Ed Sheeran, John Legend y John Mayer. Como ven mi gusto es amplio y tengo más listas de Spotify, que procesos tiene Uribe.
Me gusta escuchar la música con mis audífonos porque tengo claro que lo que escucho es para mi y no para todos mis vecinos.
No sé cantar, no sé bailar, y me desafino tocando una pandereta, pero creo que la música es un arte mayor, cosa de genios, como escribir bien o hacer el sexo oral. Envidio el talento de estos tipos que de la nada sacan un acorde o componen una canción con la que muchos nos identificamos o con la que muchos en algún momento espabilamos.
Por eso adoro escuchar mis canciones favoritas, que de tantas ya son muchas. Con dos o tres tragos, me dejo llevar y hasta me arriesgo a cantar bajo, casi en minúsculas y con los ojos cerrados.
Puede que este tema poco importe, pero en realidad creo que así como yo, muchos hacen lo mismo. No importa lo sobrios. No importa lo ebrios.