Champeta, la mezcla caribeña

Nada puede ser más deprimente que  un par de bogotanos intentando bailar champeta y no porque no puedan, sino porque en esencia es un ritmo con raíces  de otro continente, cuyos antepasados con seguridad no hubieran resistido el frío cundiboyacense.

La champeta  tiene olor  a Mar Caribe y deriva su nombre de los llamados “Champetúos”  que era el nombre discriminatorio con el que las clases altas y medias de Cartagena se referían desde principios de siglo pasado a los negros descendientes  de los esclavos de los siglos XVI y XVII que vivían en las barriadas populares, en alusión al cuchillo que portaban y al que se referían con la palabra bantú “champeta”. Otros más sofisticados han optado por llamarla terapia criolla o simplemente terapia.

La champeta  tiene olor  a Mar Caribe y deriva su nombre de los llamados “Champetúos”

Como muchas de las cosas que nos pasan, el nombre despectivo se convirtió en un fenómeno social. En este caso, la Champeta surgió como apelativo o hecho social en los años 1930, como baile en los años 70’s y como género musical en los años 80’s. Lo que nació como un fenómeno de negros y de pobres, hoy ha traspasado las fronteras hasta el punto que los bailan los gomelos cuando tienen la cabeza dando vueltas como efecto de los tragos caros que venden en Andrés.

La champeta es una adaptación cartagenera y palenquera de ritmos africanos como el soukous, highlife, mbquanga o ritmos de las islas caribeñas como el compás haitiano, el zouk o el socca, mezclado con otros más autóctonos como el mapalé y el bullerengue. Es una especie de salpicón afrocaribe que muchos no entendemos o peor  aún que muchos intentan imitar con resultados casi cantinflescos porque lo que para los costeños es un derroche de sensualidad, para los del altiplano no pasa de ser una oportunidad de acercárselo a la novia.

Lo que nació como un fenómeno de negros y de pobres, hoy ha traspasado las fronteras

La champeta  está ligada a otro fenómeno que los cachacos no entendemos: Los picós, unas poderosas máquinas sonoras de parlantes gigantescos que vomitan decibeles sin control en las verbenas populares. Es decir, nadie entendería la champeta escuchada con audífonos porque este ritmo es sinónimo de ruido y de bullicio.

 

 

 

Mauricio Liévano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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