Como un viejo boxeador

Hoy no tengo ganas de nada. No sé si es desánimo, gripa o pura malparidez. Cortázar dice que “ El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente”.

Abro la ventana para dejar entrar la oscuridad. Las cosas son cosas porque pasan. Tengo un toque de tristeza, pero no soy el adicto que recae. La nostalgia y la melancolía son el reflejo de la memoria. Son un llamado a lo que ya no está, a lo ausente. La melancolía tiene que ver con lo fue y la nostalgia con aquello que pasó. Borges decía que “el mayor defecto del olvido es que a veces incluye a la memoria”. Los que están, los que siempre han sido, los que serán, los que se fueron, los que se quedarán, los que se irán.

Este año me he dado en la jeta con la vida. Me ha lanzado golpes sin descanso. Aunque me gusta vivir sin anestesia y caminar por calles peligrosas, me han causado dolor. En mi viejo tocadiscos suena “The boxer” de Simon & Garfunkel: “en la luz se encuentra un boxeador, un luchador por profesión, él carga los recuerdos de cada guante que lo tumbó o lo cortó, hasta que lloró. El boxeador sigue en pie”.  Yo también. Golpeado y vuelto mierda. Magullado y apaleado. Aporreado y sacudido. Pero en pie. La vida continua a pesar de las abolladuras.

 

Duramos en la vida , lo que tengamos que durar. Cumplimos una misión y nos despedimos

 

Se han ido personas. Unas para siempre. Y otras, creo que también. Me hacen falta. Las unas y las otras.  Con unas me resigno, con las otras me persigno. A unas las dejo ir agradecido y a las otras no renuncio, aunque debiera. Estuvieron el tiempo que tenían que estar. Ni un minuto más. Ni un minuto menos. Cumplieron su misión conmigo. Y yo con ellas. Gracias. Aún lo estoy asimilando. Tal vez soy mejor persona porque iluminaron mi camino. Personas que quisiera que me volvieran a pasar. Su partida es como una galleta polvorosa enredada en mi garganta. Tomo agua. Me atoro, que es otra forma de llorar. La tristeza, es la felicidad, pero en sentido contrario. Estoy mareado y tambaleando.

Voy a caer. O no. Me niego a tocar suelo. Rechazo doblegarme. Me tiemblan las rodillas y lloro sin consuelo. De la nada, aparecen seres luminosos, que te miman y consienten. Te levantan y te empujan. Te pintan alas y te tiñen cielos. No te empujan ni cuestionan. No te piden ni te exigen. No te amarran ni te enredan. No esperan nada. O no lo dicen. O no lo saben. Hay abrazos que te salvan. Hay palabras que te acogen. Hay silencios que te oyen. Agüita con hielo en medio del desierto. Una Jumbo Jet, un sábado en la tarde. La gratitud suele ser la llave que me abre cada puerta, porque es reconocer la poquedad de mi vida y la necesidad que tengo de los otros.   Gooooong. Me salva la campana. Me salvan las manos bondadosas. No estoy solo. Estoy sin las personas que se fueron que, tal vez, jamás me dejarán porque son eternas.

Tomo aire y cojo impulso. Estornudo. Es gripa. O la tristeza que me invade y se despide. La vida sigue y yo corro detrás de ella esquivando golpes como un viejo boxeador.

Leo a Sabines: “ Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos. Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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