Sentado en la silla de mi comedor, espero a que mi vieja cafetera italiana dé su alarma. Pita. El olor apenas inunda mi rincón. Hace rato que creo que Colombia produce un buen café, pero nos vende el peorcito. Y el bueno, cuesta casi lo mismo que un reemplazo de cadera. En fin…
Oigo la W. Están entrevistando a Joan Báez. Sé de ella por pura cultura general, pero la he escuchado poco. Boberías de uno. Para completar, no sé inglés. Busco la traducción en internet: Entonces dame otra palabra para ello, tú que eres tan bueno con las palabras y para mantener las cosas vagas porque necesito algo de esa vaguedad ahora. Todo se ha vuelto demasiado claro. Sí, te amé mucho y si me ofreces diamantes y óxido, ya he pagado. Poesía pura.
¿Para qué sirve saber? ¿Para decir,para callar,para hacer, para no hacer? ¿Para todo lo contrario?
Salgo al parque a caminar. Me gusta, me hace falta y es gratis. Pienso. Me gusta, me hace falta y es gratis. Desde el sábado pasado me da vueltas una idea. Gira como un borracho que sabe que tiene casa, pero no sabe dónde. ¿Para qué sirve saber? Mi amigo Gallo dice que para entender a los demás.Yo, entre más leo, menos te entiendo. Tal vez leo e intento saber que mi opinión no es lo único importante (ni siquiera es importante) en esta vida caleidoscópica y multicolor. “Chamo, una moneda”, me piden. Me reviso y en realidad no tengo. (La verdad, si hubiera tenido, tampoco la hubiera dado, no por tacaño, sino porque creo que esa moneda encadena a esa esquina a quien la pide). Divago.
Mis bolsillos vacíos me hacen pensar que en realidad no tengo nada material. Todo lo mío es poquito, pero suficiente. Desde mis épocas de colegio franciscano, amo una frase de San Francisco de Asís: “Sé vivir con poco y lo poco que necesito, lo necesito muy poco”. Tampoco me deben. Las personas me han dado lo que pueden. Lo que tienen. Lo que quieren. A veces poquito, pero suficiente. A veces mucho, pero incomprensible para mí, un tipo lento.
Sigo caminando y agradezco. Los viejos urapanes bailan con el viento. Tengo una tranquilidad que hace rato no sentía. Nunca, en realidad. Un negativo ve sólo lo malo. Un pesimista no cree que las cosas pasen. Un realista no se ilusiona. Sólo espera. Por eso, reivindico mi derecho al optimismo, que será poquito, pero es mío. Exijo la posibilidad de emocionarme con el recuerdo del olor a pomarrosa, de amar sin esperar, de esperar aún sin ser amado, de llorar de alegría por mis hijas, de caerme, limpiarme las rodillas, secarme los mocos y volver a levantarme, de vivir sin esperar aprobación. O de pronto sí. Que me quieran porque soy. O de pronto no, porque su corazón así lo dicta, como en la vieja canción que canta Joan Báez pero que en realidad es de Bob Dylan: “De nada sirve sentarse y preguntarse porqué, nena, además no importa, y de nada sirve sentarse y preguntarse porqué, nena, incluso si no lo has hecho nunca. Cuando el gallo cante al despuntar el alba, mira por la ventana, y me habré ido,tú eres la razón de que siga mi viaje, pero no lo pienses dos veces, está bien”.
La vida es diamantes y óxido y el amor, el anti todo, el antídoto al dolor, al sufrimiento y a la muerte. De pronto, para eso es que sirve saber…