Amo el fútbol, porque me salvó de muchas cosas en la vida, no las obvias como las drogas o las malas compañías, sino de unas muchas más profundas, como la soledad o la melancolía.
Me críe en la calle jugando banquitas y fútbol en los parques con sacos y ladrillos como arcos. La lectura o las caricias amorosas de mis padres, no me hicieron mucha falta, porque bastaba un grito de gol para entender lo que la gente decía que era la felicidad. “Metegol tapa”. “Al primer gol la camiseta”, “ A 21 y sin revancha”, “el que pierde paga gaseosa” fueron mis frases infantiles favoritas. Con ellas crecí y me hice como persona, porque lo que soy hoy, se lo debo en parte al fútbol, a la radio y a la lectura de la revista El Gráfico que me regalaba mi cuñado y a quien quiero desde entonces.
Luego me adentré en los torneos de la liga bogotana y fue mucha la maña que aprendí y mucha la pola que tomé. Cada ocho días dejaba hasta la última gota de sudor, sin más recompensa que una medalla de tres pesos y un uniforme nuevo cada año. Sobreviví y esa alegría aún me roba una sonrisa. De la gran mayoría de amigos de esa época, nunca volví a saber nada, aunque a algunos creí reconocer como conductores de Uber, profesionales educados, emprendedores exitosos y a otros como integrantes de una banda de fleteros.
Luego, cuando el cuerpo me empezó a pasar factura, descubrí el fútbol cinco, que es la versión refinada del microfútbol de los parques y los partidos de los “rusos” en la berma de las obras. Fue como una reinvención, mucho antes de que apareciera la pandemia, porque extender mi pasión por el fútbol diez o doce años, fue algo indescriptible.
Por supuesto, he sido hincha, pero nada supera el sudor y las patadas, los goles de cabeza o de chilena y las discusiones interminables luego de terminar cada partido Me gusta el fútbol, pero lo que en verdad amo es jugarlo y por eso, hoy ya casi semiretirado, a duras penas veo un partido completo por televisión, de radio sólo escucho a Peláez y De Francisco y ya ni siquiera me dan rabia la bobadas que dicen Casale o Valenciano.
Que hagan o no la Superliga, que pierda el Barcelona o el Madrid, que James juegue o se lesione, que Messi se retire o firme un contrato multimillonario, me tiene sin cuidado. Me saca la piedra, eso sí, que insistamos en hacer la Copa América, sin importar la pandemia o la falta de vacunas, pero que la harán, la harán, porque esa vitrina es necesaria para un gobierno de vodevil y lentejuela.