Es algo muy raro (reloco, papi, reloco).Una sociedad como la nuestra que siempre quiere más, se conforma con muy poco.
Pedimos y alardeamos, gritamos e insultamos, despreciamos y ultrajamos por ganar, para vencer, para llenarnos la boca con el triunfo. Al final, sin embargo, nos quedamos con lo que cae de la mesa, con las migajas, que no son más que lo que sobra, los despojos, los desechos.
Una sociedad como la nuestra que siempre quiere más, se conforma con muy poco.
Nos puede más el ojo que la barriga, la lujuria que el apetito y aunque nos matamos a codazos por cosas sin sentido, terminamos aceptando el mal menor.
En la vida nos rendimos rapidito, porque aprendimos que el reino de los cielos pasa en otra vida, que la felicidad es cosa de locos y poetas y que luchar por lo que uno quiere, es física bobada.
Confundimos todo. Creemos que los defectos de uno convierten en virtudes los del otro, que es mejor que gane el menos malo con tal de que no lo haga aquel que odiamos y aunque no estemos convencidos, nos pegamos de cualquiera para sentirnos parte de algo, sin entender que una cosa es la fe o la esperanza y otra, la resignación.
Crecimos creyendo que el reino de los cielos es en la otra vida
Perdemos el sentido de la vida, el Ikigai que llaman en Japón y por eso al final terminamos emputados, criticando al que se ponga, mascullando nuestros odios, llorando sobre la leche derramada, dándonos golpes de pecho que solamente sirven cuando se nos enreda una espina de pescado.
Terminamos muertos de tristeza y otros males y por eso, los cementerios están llenos de gente que en su momento escogió el mal menor, las sobras, las migajas, lo menos malo…