Que quede claro. Una cosa es el sexo oral y otra decirnos palabritas. Nos hemos acostumbrado al sexo silencioso o si acaso a los gemidos, que están bien, que emocionan, que producen placer, que excitan y sobre excitan, pero que no lo son todo.
El sexo bien llevado ( para los románticos, el sexo con amor) es ante todo un acto de dos almas que se hablan, que se dicen, que se construyen, que se reinventan y por eso el sexo es la comunicación en su sentido más puro.
Una cosa es el sexo oral y otra decirnos palabritas.
Por eso, la palabra tiene el poder de complementar lo meramente genital, reservado al mundo animal, al sexo pago y a la libido de oportunidad. Y es que no se trata de lanzar arengas ni pronunciar discursos, ni de arreglar el mundo, ni la situación con Venezuela. Se trata de verbalizar un sentimiento más allá de los mordiscos y los aruños. Una palabra, incluso una palabra sucia dicha con amor, puede salvar el día. Decir lo que nos gusta, lo que no, lo que queremos, lo que sentimos, construye el aroma de un polvo bien llevado.
Hablar, decir, conversar, dialogar, no está reservado para una charla de café ni la fila de un banco. El amor y el sexo puede ser el escenario ideal, para decir, para reír, para jugar, para aprender, para sentir y por eso, nada mejor que la palabra dicha a tiempo.
Una palabra, incluso una palabra sucia dicha con amor, puede salvar el día.
Tirar, tira cualquiera. Hacer el amor, construir la relación, saberse real, exige otro nivel de comunicación reservada para los que hablan y saben decir.