Felicidad le llaman unos

El problema no es encontrar un espacio sino descubrir un lugar y muchas veces en eso se nos va la vida.

En un espacio, cualquiera se acomoda, sin importar el tumulto o el gentío. Y es que muchas veces la vida es como viajar en un Transmilenio en hora pico. La necesidad, la penuria o el afán, nos obligan a salir porque en el fondo sabemos que una cosa es la miseria y otra la agonía.

A golpes y a codazos, a porrazos y a empellones, nos vamos adaptando y aceptamos lo que la sociedad nos diga y nos imponga como cierto. Nos declaramos vencidos sin haber dado la lucha, porque así nos lo dijeron nuestros padres, porque así nos lo enseñaron en la escuela, porque nos creímos el cuento que así lo dijo Dios. Nos acoplamos para no ser un fastidio, para no ser una molestia, para no causar disgustos más allá de los que nos permiten. Nos consume el miedo y la desesperanza, o tal vez la ingenuidad, de creer que mañana todo cambiará. Y no, no cambia, o por lo menos no a las buenas, porque el mundo no da nada si no se lo arrancas a los golpes, a puños y patadas, a dentelladas o a putazos.

Sin embargo, la vida suele darnos una bala, una tormenta, un polvo que hay que echarse para no perderlo irremediablemente como decía García Márquez. En ese espasmo de lucidez podemos toparnos de frente con el lugar que nos toca, que nos cabe, que nos sirve y nos encaja. Felicidad le llaman unos, paz le dicen otros. Como las balas, las tormentas o los polvos, las oportunidades no tocan a la puerta. Simplemente pasan y por eso hay que aguzar todos los sentidos y agarrarse con las uñas de las manos y los pies y no soltarse hasta que logren ser domadas.

Y entonces, seremos verdaderamente libres. O por lo menos, felices y a ciencia cierta lo sabremos.

 

Sígueme  en Instagram

Sígueme en Twitter

Flore Manfrendi

Ecléctica y bizarra. Codirectora y bloguera

LEAVE REPLY

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *