A Messi le duro poco la tristeza. La ansiedad se la calmó la generosa chequera de Nasser Al- Khelaifi, ex tenista catarí y actual presidente de Bein Sports, el dueño del Paris Saint Germain, con una fortuna estimada en 12.000 millones de euros.
Luego de la llorada del domingo y después de 21 años, se despidió del Barcelona y aterrizó en París en un recibimiento multitudinario, que no se veía desde la entrada de Cristo a Jerusalén en Domingo de Ramos.
Lo interesante de la situación fue descubrir que Messi tiene sentimientos, que llora y además se ríe, porque si algo ha caracterizado a Messi, es que es un tipo frío, hermético, taciturno, casi acongojado, de mirada triste y rostro adusto, un ser con el que debe ser muy aburrido sentarse a tomar una cerveza, un tipo soso, cuya calidad futbolística está por encima de toda duda. Sus títulos, sus goles, sus hazañas, están por fuera de toda discusión.
¡Messi siente, llora y se ríe!
La culpa de la importancia de Messi, tal vez fue de Celia María Cuccittini, su abuela. Si no hubiera sido por ella, el pequeño Lionel Andrés sería hoy un oficinista clase media, jugando partiditos cada sábado, ahorrando para pagar la nueva casa y viendo de lejos a la selección de su país. Serio, callado, cumplidorcito del deber, sin escándalos que contar, tal vez un nerd de departamento contable, casi un burócrata.
Sin embargo y para bien del fútbol, la abuela lo alentó a jugar a la pelota, que en ese entonces era tan grande como él. En Argentina, como todos saben, no es difícil hacerse futbolista porque es una sociedad que se ha hecho a punta de goles que los han encumbrado a lo más alto, desde donde ven el mundo con ese airecito de yo soy más. Por eso, un niño como Messi, que en ese entonces no alcanzaba a la estatura de una pulga, pudo destacarse a pesar de ser un flaquito desmirriado, al que todos recibían como ñapa, cuando se repartían los equipos. Era un niño juicioso, obsesionado por el fútbol, que cuando su madre lo mandaba a la tienda de la esquina, ponía como única condición, ir con una vieja pelota con la que pudiera hacerse pases golpeando a las paredes. Su descubridor fue Salvador Ricardo Aparicio, un viejito de 62 años que dirigía a la categorías más pequeñas del Abanderado Grandoli, el club que quedaba a 15 cuadras del hogar de los Messi. Cuenta la anécdota, que a Aparicio le faltaba un jugador para completar el equipo. Miró a la tribuna del club y vio al pequeño Lionel de 4 años con su mamá y su abuela: “Lo pongo al lado del arco, cosa de que si se pone a llorar, estás vos al lado y lo podés sacar”. No lo sacó ese partido ni ninguno más del resto del año. Luego vino su paso por Newells, el rechazo de River y la llegada al Barcelona. A partir de ahí la historia es conocida.
La gran hinchada del Barcelona murió con la partida de Messi
Otro roto interesante en esta historia es lo que pasará con los millones de hinchas que el Barcelona tuvo hasta el domingo. Ni en el hundimiento del Titanic hubo una estampida tan grande de personas. Silenciosamente y con la partida de Messi, millones de aficionados que se decían hinchas del Barcelona han ido abandonando ese barco, que de un gran trasatlántico de otrora ha pasado a ser un barco de tercera. Muchos de esos hinchas de bufanda y camiseta llegaron atraídos por el brillo de los triunfos, como cuando el América ganaba de la mano poderosa de los Rodríguez Orejuela.
La globalización del fútbol y su exitismo llevó a miles de personas a hacerse hinchas de ese equipo dirigido por Guardiola, con Iniesta, Busquets, Xavi y por supuesto Messi, que ganaron títulos y copas. Idos todos, queda sólo queda el cascarón que dudo mucho llame la atención. Ahora todos serán fanáticos a ultranza del PSG y celebrarán los goles de Messi y las bobadas de Neymar. En Colombia por supuesto brotarán los hinchas del Pcelle, porque al fin y al cabo nada más criollo que el pan francés con Colombiana…