La vida es una pared, un círculo en el que todo se devuelve y todo vuelve a su comienzo. Sí pareciera que nuestra existencia tiene un centro dominador – Dios, el destino, la energía, los karmas, o cualquiera que sea la idea que tengamos- que todo lo controla, que todo lo compensa, que todo lo subsana y todo lo remedia.
Nuestras acciones, buenas o malas -que terminan siendo apenas una forma de entender el porqué de lo que hacemos- son un eco, porque siempre se devuelven de algún modo. Por eso, todo es temporal, breve y pasajero, por lo que lo mejor es nunca declararse ganador o arruinado permanente.
Somos apenas instrumentos, insignificantes marionetas, monigotes superfluos que a diario cumplimos un papel, roles secundarios o actores principales, de ese impulso indescriptible que nos engaña con el falso señuelo del libre albedrío.
Cada instante desencadenamos esa fuerza contraria a lo que hacemos, esa respuesta inmediata a cada acción que se completa cuando recibimos lo que damos, porque nada queda impune, porque nada queda sin su premio.
La vida, tarde o temprano, nos da o nos quita, pero siempre en proporción a lo que somos, a lo que damos, a lo que hacemos, a lo que decimos, a lo que callamos. Eso recibimos y por eso no hay motivo para la lágrima o el sollozo.
Todo nos rebota en esa pared que solemos llamar vida.
Sígueme en twitter:@florenciamanfredi
Sígueme en Instagram:florenciamanfredi64