Los seres humanos desarrollamos la absurda idea que los demás son nuestros. Creemos que nos pertenecen como un muñeco de felpa, una cosa, un ente inanimado, un cuerpo sin sustancia. Y se lo aplicamos por igual a los amigos, a los hijos o a las parejas. Y así nos va.
Esa posesión imaginaria nos da una frágil seguridad que defendemos con el alma, porque cualquier cosa, (real o imaginaria) situación, persona o circunstancia que la ponga en peligro, es un enemigo potencial.
Los seres humanos desarrollamos la absurda idea que los demás son nuestros.
Freud creía que los celos podían ser producto de cuatro situaciones: la posible pérdida de un ser querido, una afrenta narcisista, hostilidad hacia un posible rival o una autocrítica. Muchos incluso creen, incluyendo los gurús de Vanidades y Cosmopolitan que hay “celos buenos”, que en dosis pequeñitas son incluso saludables porque hacen sentir importante al ser amado. Yo personalmente, creo que eso es como tomar cianuro con un gotero y que a la larga, tarde o temprano, terminarán teniendo el mismo efecto que si se tomará de una sola cucharada.
Los celos destruyen, arruinan y devastan porque atentan contra la integridad del otro, porque ponen en duda lo que son como personas y crean un abismo insoslayable, un roto difícil de arreglar. Para completar, suelen ser contagiosos, por lo que la relación termina convertida en una situación tóxica, una competencia en la cual se lucha por inventar el mejor video, la mejor historia. Y como el que quiere creer, cree, todas las cosas que se le pasan a uno por la cabeza, suceden, no porque sean reales sino porque en nuestra cabeza las hacemos coincidir.
Los celos destruyen, arruinan, devastan y además, son contagiosos
Lo primero que pensamos es que a nosotros no nos tomarán por bobos, que nadie nos pondrá los cachos sin morir en el intento, porque seguimos aferrados a la idea que los otros son nuestra propiedad que debemos defender. Sin embargo hay que entender que, en una relación sana, las personas están juntas por decisión propia, nada los ata porque están haciendo uso de su libre albedrío, que es la forma bonita de hacer lo que nos de la gana, por lo que por más que celemos o que demos cantaleta, si la otra persona ha decidido estar con otra o con otro, nada la detendrá y si se queda, aún sabiéndolo, es alguien por el que no vale la pena ni una lágrima.
Los celos solamente causan dolor y sufrimiento. Se amarga el que los siente, pero también el que los padece. No vale maquillaje, ni frases marketeras, ni poses diplomáticas, porque aunque de dientes para afuera seamos una sucursal del cielo, de puertas para adentro suele ser el lobby del infierno.
Hablar de celos es muy fácil, pontificar sobre ello, es muy cómodo, pero en realidad de sus alcances y sus consecuencias, del dolor y de la angustia que producen, solamente saben los que lo están viviendo.
Decir que la celotipia es vitalicia, también es una teoría muy de Aló o Carrusel. Lo que sí es cierto es que la cura no está por fuera de nosotros, sino que se trata de un remiendo al propio corazón, lo que nos permite sentir que no hay nadie capaz de llenar nuestros vacíos, solo nosotros y que los demás no nos pertenecen por más que los queramos y que el día que decidan irse, lo harán de cualquier forma, pero que si deciden quedarse lo harán por voluntad propia.