Durante mucho tiempo pensé que yo era un tipo complicado. Y tal vez no. Complejo, si acaso, porque siempre voy en contravía. Ir cuando los demás vienen me hace feliz, tal vez porque, me gustan más las caras que las nucas.
Buscar la aprobación de los demás, gasta y contamina y es la forma más segura de perderse. Hoy, con que me lean y me entiendan, con que me quieran con lo que tenga en el corazón y la cabeza, me doy por satisfecho. No me interesa siquiera que estén de acuerdo y no porque no tenga su importancia, sino por todo lo contrario .
Me gusta la dificultad de las cosas simples, tal vez porque soy un tipo básico que se declara satisfecho con un bocadillo y medio vaso de leche. Amo intensamente a mis hijas, a mis dos o tres amigos y por supuesto, a las mujeres que han soportado mis silencios.
Por eso creo que lo simple no es lo obvio y se hace necesario mirar la vida de una manera diferente. Complejizarla, no complicarla , pensarla en varias dimensiones, ir más allá de las arengas y el tumulto, dejar de ser gregario para vivirla a mi manera, que es la única que sé y quiero, sin joder a nadie, pero sin aceptar lo que me impongan los demás.
Lucho a diario contra mi propia estupidez, contra los miedos que me acechan, contra la soledad de mis días cotidianos, contra la banalidad de mis prejuicios y las ideas de mi propia destrucción.
Por eso, a través de las ventanas de mi diaria claustrofobia veo la lluvia que desatan mis tormentas y siento el sol que me calienta cada día.
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