Siempre he sido solidaria, creativa, buena onda, leal, fiel, conciliadora, respetuosa, amorosa, observadora. abierta, responsable, cumplida, cortés, reservada, insegura, soberbia, silenciosa, malgeniada, poco humilde y mal hablada. No bailo, no fumo y no tengo puta idea de otro idioma que no sea el español. Amo la música, cocino y escribo con algo de talento, leo menos de lo que quisiera y critico más de lo que hago. Creo en Dios y soy llorona. Me arrepiento, pido perdón y soy agradecida.
Soy todo eso y un poquito y a mi edad he sabido a ciencia cierta, que las veces que he caído, siempre ha sido cuando he intentado ser lo que no soy. No lo he hecho por ínfulas de grande, sino por todo lo contrario, para que me amaran un poquito más de lo normal.
Con mi última pareja me pasó. Venía yo de una corta relación y apareció casi de la nada para convertirse en casi todo. Nos conocimos en un chat y nos amamos casi con vernos. Inteligente, generoso, culto, elegante, sexy, amoroso y como todo hay que decirlo, un polvo excepcional. Lo amé desde el principio y para siempre. Fuimos muy felices, crecimos y nos dimos motivos suficientes para volver a sonreír. Éramos un matrimonio en plena construcción, porque con nuestros más y nuestros menos, siempre fuimos dos seres humanos excelentes.
Las veces que he caído es por ser la que no soy.
El no es una persona fácil. Yo menos. Y de pronto nos dejamos ganar de las miserias. Nos olvidamos de nosotros mismos, de lo que éramos y terminamos convertidos en monigotes sin sentido. Nos ganó el ego y la soberbia.Si me celaba, yo lo celaba el doble. Si gritaba, yo subía el tono. Si desconfiaba, yo dudaba. Me acusaba de cosas, que él también hacía sin decirlo. Me daba migajas y yo le devolvía las boronas. Y así nos fue.
Sin importar lo que él hiciera, yo nunca debí desdibujarme. Nadie me obligó, nadie me empujó. Fue una tontería de la que aún no me repongo. Me aislé por completo de amistades de hace años, no porque él me lo dijera, sino como una forma de evitarme los conflictos. Dejé de ser la vieja buena onda para convertirme en una bruja malgeniada. Me olvidé de los detalles y de elegirlo cada día. Y él igual, porque fuimos dos espejos.
El es un ser maravilloso, al que amaré toda la vida
Y no es que no fuéramos felices, ni que no nos amaramos, ni que no tuviéramos momentos muy bonitos, sino que por una razón que nunca entenderemos, hicimos lo posible para amargarnos la existencia. Y un día, él se fue sin decir nada, incluso sin despedirse de las dos personas más importantes de mi vida. Fue su decisión y la respeto.
Hoy todo es pasado y me arrepiento, pero ya no hay tiempo de llorar. He pedido perdón y he perdonado y sobre todo, me he perdonado, aprendí a ser agradecida y sólo pienso en las cosas buenas que vivimos. Que él lo haga o no, termina siendo su problema y su decisión más íntima. Yo he decidido rehacerme porque tengo claro que cambiar es otra forma de esperar. Lo amo mejor que ayer porque estoy dispuesta a todo. Excepto, claro está, en volver a ser la que no soy. Tal vez en alguna esquina nos volvamos a encontrar y el buen amor renazca nuevamente.