La inmortalidad es una utopía. Creer que la vida eterna es una posibilidad, que la derrota de la muerte es viable, tiene que ver más con la fe que con la misma realidad.
La inmoribilidad, en cambio, es la eventualidad de vivir en el recuerdo de la personas, en el corazón de los demás, en sus nostalgias, porque , porque como dice Borges “ el mayor defecto del olvido es que a veces incluye a la memoria”.
Ser inmorible tiene que ver con la humildad y la falta de soberbia, de entender y de saber que el recuerdo de los otros lo construimos cada día a través de lo que hacemos, de las acciones grandes y pequeñas, sutiles y delgadas, que transforman de algún modo la existencia de todos aquellos que tocamos en la vida.
Ser inmorible tiene que ver con la humildad y la falta de soberbia
Por eso, el inmorible necesita del tiempo para ser, porque como una pequeña filigrana va tejiendo la memoria con entresijos cortos y urdiembres complicadas. La inmoribilidad es un elogio a la dificultad al mejor estilo de Estanislao Zuleta, porque huye de lo fácil y lo superfluo, de lo posible que hace toda la manada. Rompe el molde, tiene humor y sabe del poder curativo de la risa y del alivio que generan los abrazos. No recurre ni a las poses ni a las tretas. No usa la mentira ni la simulación. No busca halagos, premios ni mucho menos recompensas.
Obviamente el inmorible no es un santo. Por el contrario, es un ser lleno de defectos, que se asume imperfecto y en constante construcción. Vive en paz a pesar de sus conflictos y por eso puede darse a todos.
El inmorible necesita tiempo para ser
Como las pecas y lunares, todos tenemos un inmorible al que recordamos con nostalgia y con melancolía, porque tenemos claro que una cosa es recordar y otra no poder olvidar.
Al final, todos somos trozos de momentos, migajas de recuerdos que vamos construyendo a cada día, pedacitos de inmoribles que algún día moriremos…