Cada día me siento un poco menos neurotípica. Es decir, cada día más, mi cerebro funciona menos como la sociedad lo espera. En realidad no sé si eso sea bueno o sea malo, pero me pasa de un tiempo para acá.
Suelo ser tranquila y relajada y en general intento no meterme en la vida de los demás porque no me gusta, ni acepto, que los otros se metan en la mía.
Por eso, no deja de causarme cierta gracia ( en realidad no es gracia sino piquiña y un poquito de fastidio) cuando veo en las redes sociales como la gente se siente con derecho a opinar sobre lo que hacen o dejan de hacer los demás. Voyerismo en estado puro. Gente que uno ni conoce termina diciendo lo que está bien o lo que no, lo que se debe hacer o no, encasillando al otro de acuerdo con sus patrones de moral. Aman vivir la vida de los otros y se olvidan de la propia.
Cada día más, mi cerebro funciona menos como la sociedad lo espera
Y claro, eso es parte del juego porque es imposible meterse en un baúl lleno de estiércol y esperar salir inmaculado. No pasa, pero algo va de eso, a aceptar que un desconocido me diga o me etiquete.
En términos de likes y seguidores mis redes sociales dan risa y en realidad, poco me interesa, porque estoy ahí como una forma de seguir agarrada con las uñas al vagón de una sociedad que se mueve en forma rápida y porque dos o tres despistados seguramente leerán lo que publico. Lo que haga con mi vida, con quién me acuesto o con quién me levanto, qué me pongo, qué me como, qué me gasto, qué me gusta, qué me meto, en quién o en qué creo son todas cosas mías y lo que opinen los demás me resbala. Por mí, que todos esos integrados se jodan y créanme, no es soberbia , es pura y física supervivencia. O tal vez, mi neuropatía atípica.