No si lo mío se acerca a la psicosis inducida por tóxicos, psicosis reactiva breve, trastorno delirante, psicosis orgánica, esquizofrenia, trastorno esquizofreniforme, trastorno bipolar, trastorno esquizoafectivo. O simples ganas de joder.
Hernán Casciari, un genio argentino que escribe putamente bien, tiene un cuento que se llama “El aburrido del casamiento”. Palabras más palabras menos, dice que en la vida hay roles que tenemos que cumplir. Alguien tiene que ser el borracho que da vergüenza ajena, alguien tiene que ser el novio, la potra con el vestido rojo, la bisabuela que fuma y alguien tiene que ser el primo que vino de Boston especialmente para el casamiento. El caso es que esa noche cuando confundí un bombillo con la luna, comprendí que yo quería ser el tipo diferente, el rarito, el desigual. Extraño en un tipo tímido nervioso, temeroso, inseguro, cauto y retraído como yo. Desde ese entonces, me gusta luchar contra la corriente y esa ha sido mi salvación. O mi desgracia, porque pensar diferente no es lo mismo que hacerlo diferente y a veces, ni siquiera es suficiente porque para qué omelettes si lo que se necesitan son huevos pericos. El caso es que todos lo intentamos, mitad ego, mitad necesidad y todos tenemos nuestras lunas:
Ángela, es prostituta desde siempre. Su madre la canjeó a los seis años por dos libras de centro de cadera y media libra de patas de gallina. Conforme fue creciendo, la apuesta fue subiendo: un mes de arriendo, cien mil a un camionero, la promesa de salvación a un cura carroñero. Así, hasta que ella entendió que no era falta de alas sino un cielo muy pequeño. Desde entonces camina por las calles del barrio Santa fe. Y ve la luna que le proyecta su dosis diaria de bazuco y de sacol.
Yo quise ser el diferente. Extraño en un tipo como yo, tímido, cauto miedoso e inseguro
Carlos cuida un lote enorme que algún día será centro comercial estrato seis. Desde que hacía guardia en el servicio militar, se fuma un porro para aliviarse los rigores que trae el frío de la noche. O la lluvia. En medio de su traba, mira la luna. Y se ríe, mientras acaricia a un perro callejero que enloquece con las ratas que pasan por la cerca.
Florencia es la poeta y para ella el amor es una trenza. Dice que cuando las realidades no llegan, las promesas no alcanzan, que si no unta o no embadurna no es buen sexo y que en los insomnios siempre lo sueña, pero se vuelve a dormir y se le pasa. Ama el vino barato del D1 y puede pasar horas enteras en su pequeña terraza viendo al cielo las estrellas. Y la luna.
Daniel y Arturo son hermanos gemelos, de esos que nadie reconoce, a los que vestían igualitos de pequeños y cuyo único rasgo distintivo fue la pequeña mancha de la nalga izquierda. Para completar, uno aprendió astronomía y el otro, astrología. Uno, se dedicó al estudio de los cuerpos celestes, del universo. El otro, su influencia en la vida de los hombres. Por supuesto, cada uno ve la luna de una forma diferente.
Los griegos creían que la luna era una tríada, compuesta por las diosas Artemis, Selene y Hécate. Artemis, diosa virgen de la caza, representaba la virginidad y por eso se relacionaba con la luna creciente. Selene se asociaba con la madre y con la luna llena. Y a Hécate se la relacionaba con la luna menguante y la vejez.
Putas, poetas, celadores, científicos, cientólogos y griegos, todos vemos la luna de una forma desigual. Como la vida, que cada quién asume a su manera. Como quiere. Como puede. Al fin y al cabo, todos tenemos vidas diferentes, por lo que ser distinto, no tiene nada de distinto y sólo se trata de vivir la vida de uno.
Hoy sólo aspiro que nadie apague mi bombillo. Al fin y al cabo, uno es las lunas que ha soñado…