“No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio”. Tan sencillo como suena pero tan complejo como fue. Esa fue la esencia de un movimiento surgido en Medellín en 1958 y que el mundo conoció como el nadaísmo.
Los nadaístas, como es apenas natural no creían en nada. Ni en nadie. Un puñado de irreverentes, marcados de alguna manera por el naciente movimiento hippie. Un poco de tipos y tipas que coqueteban con el suicidio de manera descarada y tenían en La Náusea de Sartre, como su libro sagrado. Estaban además influenciados por Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard, Fernando González y Camus.
En lo único que creían era en ellos mismos y en su irreverencia
“El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico consciente entre los estados pasivos del espíritu y la cultura”, decía el Manifiesto Nadaísta firmado por Gonzalo Arango, su creador y secundado por escritores como Mario Rivero, Eduardo Gómez, Germán Espinosa, José Manuel Arango, Giovanni Quessep, Eduardo Escobar, entre otros. Tiempo después llegó gente como Elmo Valencia, María de las Estrellas, Humberto de la Calle y Jota Mario ( Arbeláez y no Valencia). Personajes como Andrés Caicedo y Raúl Gómez Jattin, si bien no fueron nadaístas, sin duda, estuvieron claramente influenciados por este movimiento.
Tal vez, en lo único que creían era en ellos mismos y su irreverencia, descaro e insolencia, era una forma de transgredir todo lo que ellos consideraban fatuo y vacío. Se oponían brutalmente a la academia, a la iglesia, a la autoridad, a la cultura, a la moral y a la tradición. Paradójicamente, Gonzalo Arango creía fervientemente en el amor. A su manera pero creía, tal como se refleja en muchas de sus frases:
“A veces soy feliz, especialmente cuando amo. Dejo que la vida me pase por los ojos y me deje existir con una pasividad que no hace resistencia al temor, ni a la idea de morir”.
“El amor tiene dos enemigos mortales: la felicidad total, y la desdicha . Ambos, si se erigen en sistemas eternos de vida emocional, acabarán por destruirlo”.
“¿Por qué nunca dices que me amas? ¿Para qué? Adivínalo. Si te lo estuviera recordando a toda hora te aburrirías y dejarías de amarme”.
Se oponían a la iglesia, a la autoridad y a la milicia
Se casó, que es una forma de decirlo, con una hippie inglesa, Angela Mary Hickie, a quien muchos de sus ex compañeros nadaístas consideraron una especie de Yoko Ono, porque de alguna manera le cambió su forma de pensar, tanto que en 1970, apostató del movimiento que fundó. “El profeta” como también lo llamaban, finalmente murió en un accidente de tránsito en 1976.
Del nadaísmo poco y nada queda. Dos o tres intelectuales cooptados por la sociedad de consumo a quien tanto criticaron y muchas frases sueltas.Casi la nada.