Tu presencia indeleble se siente en cada rincón, en cada luz encendida que se queda, en cada toalla húmeda que se seca en la silla donde cae el sol, en cada cuncho de tinto aguado que se queda sin tomar.
Ya no hay gritos, ni peleas, pero ahora todo está más triste, porque la soledad no solicitada siempre termina en lágrima. No ha pasado mucho tiempo, es cierto, pero qué le voy a ser si soy una llorona irremediable.
Los días son muy largos y aunque en mis silencios yo te hablara poco, sabía que estabas a dos metros con treinta centímetros de distancia. Bastaría una llamada, tal vez, para seguir dando vueltas como corcho en remolino, porque no supimos, porque no pudimos darle vuelta.
Ganaron mis silencios, vencieron tus dudas y hoy la distancia nos lleva a preguntar en qué fallamos, qué no hicimos, por qué fracasamos en el intento de construir una vida entre los dos y lo peor es que no existen las respuestas.
Solamente podemos quedarnos con lo bueno, con los tantos momentos felices que tuvimos,porque nadie podrá decir que lo intentamos poco En algún rincón guardaré tu risa, tu sexo, tus perdones, nuestros sueños, nuestros proyectos y las palabras bonitas que algún día nos dijimos.
Hoy recuerdo a Benedetti con su Laura Avellaneda diciéndole queda a Santomé: “usted de todos modos, no sabe ni imagina, qué sola va a quedar mi muerte sin su vida”.