Este es el siglo de los inventos, el siglo de los intentos. Y es que hoy nos morimos del culillo por temor al qué dirán, a lo que digan los demás, como si eso importara, como si eso valiera la pena.
Por eso preferimos pasar de agache, pasar inadvertidos siendo unos más del pelotón, por lo que a la larga terminamos siendo un montón de pelotudos.
Nos morimos del culillo por temor al qué dirán, a lo que digan los demás, como si eso importara, como si eso valiera la pena.
En cambio, nos gusta criticar y pontificar sobre lo que no hemos hecho. Decimos y juzgamos la labor de los demás, sentados en un cómodo sillón, sin más riesgo que nos duelan las rodillas cuando nos paramos a opinar .
Olvidamos un detalle chiquitico y es que los demás ya lo intentaron, ya está hecho. Que sirva o que no sirva es apenas una anécdota, pero lo que no podemos ocultar es que los demás se armaron de valor y se arriesgaron.
Siempre será más fácil criticar que el hecho abstracto de crear, imaginar, pensar, hacer, probar, errar. Pasa con la vida, pasa con las cosas, pasa con las personas. Preferimos verlas pasar por la ventana y reprochar a los que tienen los cojones suficientes para intentarlo.
Siempre será más fácil criticar que el hecho abstracto de crear, imaginar, pensar, hacer, probar, errar.
Luego, cuando las oportunidades se evaporan, cuando la vida se nos va, cuando los demás se aburren de esperarnos, no tenemos más recursos que sentarnos a blasfemar de quienes sí lo hicieron, a rumiar nuestra propia amargura por no haberlo intentado ni un poquito, porque para eso, ni siquiera se necesita una gota de talento. Se necesitan ganas, se necesita fe y se necesita sentir que estamos vivos.
La vida no da espera porque las oportunidades pasan poco y las que no vimos por descuido o por soberbia, volverán convertidas en hubiera.Los abrazos, los te quiero, los intentos, suelen ser un pan francés que al otro día ya no sirve, una tortuga que se nos escapa de las manos. Y no vuelve…