A veces quisiera que fuera viernes, pero ya es domingo. Igual me pasa con las personas o con las cosas que se van. Generalmente no hay regreso.
La semana pasada le vi la cara triunfante a la muerte. Y bueno, tuvo que luchar mucho. No le fue fácil poder ganar. Silvio – porque soy de los que les dice Silvio a Silvio y Pablo a Pablo- dice que “ahora comprendo cuál era el ángel que entre nosotros pasó. Era el más terrible, el implacable, el más feroz. Ahora comprendo en total este silencio mortal, ángel que pasa, besa y te abraza, ángel para un final”. Y tambiénle digo Galeano a Galeano: “¿Por qué nadie les avisó que todo iba a durar tan poco? ¿Dónde están las palabras que no se dijeron? Las cosas que no hicieron, ¿Dónde están?”
Un día de más siempre será un día de menos. Y entonces pienso: ¿Y si la muerte me sorprende comiéndome una paleta Drácula? ¿O soñando contigo? ¿O escribiendo algo que me salga de la entraña? ¿O disfrutando el olor a pan caliente? ¿O llorando de emoción por la vida de mis hijas? No sé. Nunca sabré (del verbo saber, pero no del sustantivo sabor).
Las personas o las cosas que se van, generalmente no tienen regreso
La muerte no hace muecas, no hace esfuerzo. No avisa. No carga nada. Pienso en tantas cosas que he guardado sin sentido. Tal vez llegó el momento de deshacerme de tanta fruslería, de tanta nadería, de tanta pequeñez. Devolverle a cada quién su cada cuál y a cada cuál su cada qué.
Nunca pasé del empute a los odios, lo que constituye una ganancia, pero no me hace elegible para ser canonizado. He acumulado mentiras y fracasos, miedos y sospechas, egos y soberbias, vacíos y arenas del desierto. Los devuelvo, así desportillados y gastados por el uso. Reintegro los gritos y silencios, las palabras ofensivas y los malos pensamientos, las envidias y los celos, las burlas destructivas y las oraciones sin sentido. Devuelvo tanta mierda acumulada, tantas palabras que no dije y tantas otras que sobraron, tanto juicio sin sentido y tanta opinión sin fundamento. Entrego tantas despedidas a destiempo, tanto adiós sin desearlo, tanto dolor amontonado, tanta rabia al destinatario equivocado, tanta altanería e insolencia, tanta altivez y tanta impertinencia, tantas cosas que supuse.
Llegó el momento de devolverle a cada quién su cada cuál y a cada cuál su cada qué.
Hago entrega en un paquete mal envuelto de una esperanza destrozada, de una promesa quebrantada, de una palabra sin cumplir y de una ira contenida que aún duele. Despacho mis malas decisiones y el dolor que le causé a la persona equivocada. Nada me sirve, de todo me deshago. No es fácil porque soy de una generación de acumuladores que guardó la pilas en el congelador esperando que cargaran y de las que usó como vaso para el jugo, el empaque de mermelada “La Constancia”.
Me siento raro. No sé si me falta peso o me sobran alas. No reniego porque todo eso me trajo hasta este punto y ya es hora de empezar a recorrer nuevos caminos. Y bueno, otra forma de alivianar la carga es devolver a la vida todo lo bueno. Sea viernes o sea domingo…