Los seres humanos hemos hecho del libre albedrío, un santuario, una ermita, que consiste básicamente en hacer lo que nos da la gana y que en lo posible no se dañe a nadie, aunque entrados en gastos, es lo que menos nos importa.
Para eso nos aferramos a los principios que nos guían y a los valores que nos dicen cómo actuar. Sin embargo, por pereza o por despiste y como una cruel paradoja, terminamos actuando en piloto automático, por intuición, por desgano o por clarividencia, generalmente en contra lo que en esencia somos. Es decir, entregamos la posibilidad de discernir, de comprender, de descifrar y digerir, es decir, nuestro libre albedrío y lo cambiamos para actuar como autómatas y es cuando surgen los problemas. Yo, por ejemplo, leo lo que escribo y tiene alguna lógica. Escucho lo que oro y veo y entiendo su bondad.Sin embargo, examino mis actuaciones y muchas veces no encuentro conexión.
Los seres humanos hemos hecho del libre albedrío un santuario, una ermita que consiste básicamente en hacer lo que nos da la gana.
En piloto automático no tenemos necesidad de pensar. Sólo actuamos y por eso nos quedamos en lo banal y lo pandito y así nos va. En las relaciones de pareja pasa constantemente: Al principio, nos enamoramos de lo trivial y lo superficial: de un cuerpo, de unos ojos, de unas tetas y lo hacemos desde nuestra propia superficialidad. Luego, viene el amor maduro, que es entender la esencia de las personas, su forma de ser, su generosidad, sus actuaciones. Los que lo logran, se quedan ahí para siempre y son felices. Los que no, son los que dan la vuelta en U, la glorieta, el “ronboy” como dicen las señoras, para volver a lo insignificante: como “jode” esta señora, como grita este señor, lo que huele, lo que dice, sus mañas, sus manías. Y entonces, nos volvemos a perder.
El amor maduro es amar a las personas por lo que son, por su esencia
Ese termina siendo un ejercicio cruel y un tanto esquizofrénico, porque supone una perfidia a varias bandas. Con uno mismo, en primer lugar, porque es la renuncia a actuar desde lo que somos, desde nuestro propio discernimiento y nuestra propia sabiduría y con el otro, a quien invisibilizamos en su esencia, en la razón de ser, que fue finalmente de lo que nos enamoramos, porque nos quedamos, con lo que muestra y no con lo que es. Doble locura. Todos jodemos, todos gritamos, todos olemos, todos decimos, porque en la mayoría de los casos esos no son más que artilugios, mecanismos de defensa frente a nuestros miedos y nuestros huecos, pero no todos somos generosos o especiales o amorosos o sinceros. Ese es un gran fracaso.
Lo que quiero decir, en últimas, es que si apagáramos para siempre ese piloto automático y a cada persona, a cada circunstancia, a cada hecho, lo juzgáramos desde lo que somos (nuestra esencia) y por ende desde lo que ellos son en realidad ( su esencia) nos ahorraríamos la mitad de nuestros líos y nuestro libre albedrío tendría algún sentido.Si no, lo podemos regalar y nada cambiará.
No hay lugar a confusiones. Actuar como un autómata es una cárcel más, una pesada cadena que nos hunde y nos condena.El libre albedrío, en cambio, es mirarse en un espejo, saberse bien y actuar en consecuencia.Con uno y con los otros.