Por si aún te gusta Galeano

Era un lunes de octubre por la tarde. Nos habíamos conocido en twitter cuando no era equis. En realidad, yo la había buscado. Cuando vi su foto de perfil, sentí un fogonazo, que al principio creí que era gastritis. Estaba muy equivocado. Con el paso de los años supe que Cortázar tenía razón: “Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.”

 

Le había escrito una frase de Galeano, tal vez, no recuerdo bien si fue “…no consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”. Había gente conocida en la mitad lo que dificultaba todo. Recuerdo haber dicho algo así como, mi familia es mi familia, pero yo tengo vida propia… Y era verdad (las dificultades y mi autonomía).

Al principio fue un bloque de hielo, casi, casi un iceberg y yo encendiendo chispitas mariposa. No hacía mucho que había terminado una corta relación y aún me dolía el corazón, pero como también dice Galeano, el amor se puede provocar, pero no se puede impedir. Poco a poco fue cediendo. De unos tímidos likes a mis palabras fue pasando a los saludos y de los saludos al coqueteo inteligente, a la seducción descomunal, a la atracción arrasadora.

Hablábamos por horas. Yo, que me duermo muy temprano desde siempre, hacía mi mejor esfuerzo, por lo que supe que era la indicada. Nos reíamos mucho, discutíamos de política, de literatura, de la vida, de fútbol, del que sabe mucho. El deseo calentaba el modem del wi-fi. En el fondo, ambos sabíamos que estábamos destinados a estar juntos.

 

Al principio fue un bloque de hielo, casi, casi un iceberg y yo encendiendo chispitas mariposa.

 

Después de muchas vueltas, quedamos de encontrarnos ese lunes de octubre. Tuvo que ser ella la que sugirió aquel café de la 122 con 19. Me hubiera dicho la luna y hubiera llegado.

Mi ansiedad y mi puntualidad me hicieron llegar cuarenta minutos antes. Ni un libro llevé como para matar el tiempo. Las meseras nerviosas presionaban para que pidiera algo. Al final pedí un café, no muy claro por favor, pero allá pedir tan solo un café no muy claro por favor, raya en el insulto.

El tiempo pasaba y ya me estaba impacientando. No quería escribirle para saber qué había pasado, porque gamín que muestra gana se va con moneda de cincuenta. Fue la primera vez que la esperé. Entró un mensaje diciendo que estaba retrasada por una entrevista de trabajo, pero “tranquilo que yo llego”. No quería pedir un café más. Esperar a palo seco. Y las meseras rondando en torno mío.

Por la puerta lateral que da al parqueadero del café, la vi entrar. No la conocía, pero la había imaginado, que es lo mismo. Era la mujer más bella que había visto.  Me sudaban las manos. El miedo a ese primer beso en la mejilla que siempre es el primero. A mirarla siempre por primera vez. A tocarle su mano en un descuido. A escucharle su voz taladrando mis oídos. En mi cabeza daba vueltas una canción de Adriana Lucía que dice algo así como llegaste tú y siempre tú vivirás en mi vida, porque gasté tanto tiempo buscando el amor deseando el amor y ahora tú vives en mi corazón.

Me saludó desde lejos. Yo tal vez le sonreí con esa cara tonta que delata. La vi caminar hacia mi mesa. Ahí supe que estaba condenado a amarla de por vida…

Ha pasado mucho tiempo y por esas cosas del destino terminé sentado en ese mismo café de la 122 con 19. También es lunes. También es octubre. Esta vez traje uno de mis libros de Galeano y leo: “Pasamos la noche en vela, bajo techos diferentes, en distintos barrios, escuchando llover la misma lluvia. Y descubrimos que no podíamos dormir separados”. ¿ O sí?

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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