Giro y voy dando volteretas. Agarrado a una tabla como un náufrago. Chapoteando, buscando alguna playa. No sé si el mundo está al revés o todo me da vueltas. Necesito hacer pie. Tocar tierra. Tomar aire, morir y desde la nada, rehacerme.
A veces, la mejor forma de avanzar es regresar. Hay personas, hay cosas que nos pasan, que nos llevan tan lejos de nosotros que nos dan exactamente lo que necesitamos en una bella paradoja: hallar una manera de encontrarnos.
Estoy perdido sin saberlo. Decido devolverme. En mi maleta llevo poco. No tengo claro si en ese camino de retorno, encontraré lo que busco. Mis raíces y mi faro. Mis miedos y mis sueños. Mis costuras, mis hilvanes y pespuntes. Tengo dudas. Titubeo. Como dice Marwán, “quien libera huracanes, no debe preguntar después por los tejados”.
Chapoteando, buscando alguna playa. No sé si el mundo está al revés o todo me da vueltas. Necesito hacer pie. Tocar tierra.
Ha pasado mucho tiempo desde aquel marzo 19 en la clínica Palermo. He borrado algunas cosas, pero otras permanecen indelebles: el nacimiento de mis hijas, mi operación del corazón, ese taxi negro que me embistió de pequeño, las dos únicas mujeres que he amado en mi vida -aún con mis errores (y los de ellas, por supuesto)- mis poquísimos amigos, las veces que me he ido, las que he vuelto, los días en que veía a otros niños jugar fútbol en el parque sin que nadie me invitara. Vuelvo a llorar. Se confunde la alegría y la tristeza. Las lágrimas me sanan.
Sigo caminando para atrás. Dicen los poetas y los locos que así se siente la agonía. Una película. Un eterno deja vu. Ver pasar y no poder cambiar detalle alguno. Ni siquiera entender nada porque tal vez todo, en su momento, tuvo algún sentido. He pedido perdón y he perdonado. No reniego de nada. La madurez que tal vez nunca llegó (aleluya), mi juventud (el desenfreno), mi niñez (la soledad). Si halo un poco más puedo ver la angustia de mis padres, sus propios miedos, sus propios rotos. Mi punto de partida. Hacia atrás cojo el impulso. Agradezco. Olvido lo que tengo que olvidar. Sano. Recojo lo que soy, lo que he hecho, lo que he dejado de hacer, lo que he dejado de ser. He morido. He muerto. Réquiem por mí.
Soy oruga. Renazco. Resucito. Resurjo. Dios – mi Dios- en el que yo creo, me regala una ventana, un sol nuevo, una lluvia fresca, una nueva forma de mirar, errores distintos. El asombro. Ahora mi maleta está llena. Completa. No pesa. Pasado es pasado. Lo bendigo y lo agradezco. Nada puedo cambiar. Nadie puedo cambiar. Lección aprendida. Me quedo con lo bueno de las personas que han pasado por mi vida. Fui y me estoy devolviendo. Soy quien siempre he sido, aunque hoy mire de otra forma. A veces me asusta la cara de ilusión del tipo que veo en el espejo. Las manos abiertas para dar y recibir.
La playa está más cerca. Toco la arena con mis pies. La vida es una enfermedad terminal…