Sembrar jardines

Mi deporte es divagar. Voy sentado en Transmilenio. Es raro. (No que vaya en Transmilenio, sino que haya encontrado una silla). Le entrego mi puesto a una mujer que parece embarazada. Me queda la duda. Si lo está, no tiene más de dos horas y media de preñez.

 

Encerrado en mi misma mismidad, me busco en ese que fui y tal vez por eso no me encuentro. Yo, un coleccionista de tenis de colores, un suertudo que ha corrido con la buena fortuna de haber sido amado por mujeres fascinantes. Me ha pasado todo lo bueno y lo no tan bueno lo he podido esquivar. No me quejo. Ya no. Absorto. Abstraído. Atónito. Pasmado. O todo junto. Ahora que lo pienso, no sé. Próxima parada. Calle 85. El tropel para salir.

Llego a la casa. Me lavo las manos. Como tantas veces que dude en comprometerme. Ya no hay tiempo de llorar. O sí, porque la lágrima es un derecho universal. La poeta Sylvia Plath decía que “es un alivio encontrar a alguien con quien hablar sobre la vida. Creo que la compañía espiritual, en un mundo tan superficial, es muy necesaria”. Los solos no. Hablamos con nosotros. Yo, por ejemplo, me digo y me contesto. O escribo y unos pocos que me quieren me dicen que les gusta.

Me busco en ese que fui y  por eso no me encuentro

No sé si soy cangrejo o simplemente camino para atrás. Me devuelvo, que es otra forma de avanzar. Dejo atrás las ramas y me apego a las raíces. Hurgo. Remuevo. Tiento. Duele. Punza. Espolea. Clava. Lloro. Sano. Y así con todo. Puñalada a palo seco. Sin darme cuenta, he aprendido a remendar, a zurcir los entresijos. He aprendido a sembrar mi propio jardín es vez de esperar que alguien traiga flores, como decía Borges. Cambiar los espejos por ventanas, las rabias por deseos, los miedos por preguntas. Tal vez por eso no me reconozco.

Volver a comenzar después de haber caído o de nunca haberme levantado. Se siente raro. Un orgasmo sin sudores. Sin cansancio. Sin jadeos. No soy otro. Soy el mismo, pero si me buscan hacia atrás, seré recuerdo, un repaso, una invocación. Tampoco hacía adelante, porque no llego a holograma.

Convertir el dolor en rabia, la rabia en pena, la pena en nostalgia, la nostalgia en recuerdo y el recuerdo en olvido. Y así. Campeón del mundo en divagar. O en renacer.

Suena Silvio con sus Días y flores

Si me levanto temprano

Fresco y curado

Claro y feliz

Y te digo: voy al bosque

Para aliviarme de ti

Sabe que dentro tengo un tesoro

Que me llega a la raíz

Si luego vuelvo cargado

Con muchas flores

(Mucho color)

Y te las pongo en la risa

En la ternura, en la voz

Es que he mojado en flor mi camisa

Para teñir su sudor

Pero si un día me demoro, no te impacientes

Yo volveré más tarde

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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