El silencio suele ser mi terminador, es decir, la línea que separa mis noches de mis días, pero como dice Benedetti, hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio.
En una sociedad ruidosa y bullangera, estrepitosa y rimbombante, hemos privilegiado las palabras y los gritos, porque sentimos la necesidad de decir, de aullar y de bramar, de hacernos oír para poder ser. Y está bien porque cada cual lo hace de la manera que mejor pueda.
Sin embargo, nos hemos olvidado del poder sonoro del silencio, del valor curativo de la ausencia de los ruidos y por supuesto, de todo lo que dice. Galeano, Eduardo, creía que sólo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca. Y a veces la mejor manera de comunicarse es callando.
“El silencio puede ser muy pacífico, incluso amistoso y profundamente gratificante. Es cierto que un poder dominante puede imponer el silencio a los sometidos. Pero el callar forzado no es silencio. En el verdadero silencio no hay coacción. No es opresivo, sino elevador. No roba, sino que regala. ” Byung Chul Han
La vida se nos va pensando qué decir. Con susurros o con gritos, con frases certeras o peroratas inmamables, con rabia o con dolor. O con amor, incluso, porque las palabras- muchas veces- nos salvan de ser lo que debemos, de demostrar lo que queremos o de sentir lo que sentimos.
El silencio, en cambio, es un poco más complejo porque necesita de la bondad de los demás para hacerse comprender, porque solo un alma en paz, logra captar la esencia del mutismo.
La vida se nos va pensando en qué decir
Y es que un silencio incomprendido daña y lacera, lastima y hiere porque tiene cara de desprecio y de maltrato. Y no, no porque el silencio puede ser un argumento, un colosal acto de amor, de resiliencia ante el agravio, de serena introspección, de esas de saber quién eres cuando nadie te mira, porque el silencio habla para quien sabe escuchar. Para quien quiere escuchar. En el silencio podemos escuchar nuestras voces y fantasmas, nuestros sueños y deseos y – digo yo que creo- nos permite hablar con Dios.
A veces no es que las palabras sobren, sino que lo que falta son silencios, pasar de la noche al día y viceversa como un terminador interminable…