El amor atardescente suele ser un poco más complejo que los otros. A diferencia de las parejas que inician su recorrido desde ceros, los vintagenarios llegan, la mayoría de las veces con sus cosas y sus taras.
Y así se van juntando, pero al fin y al cabo las cosas no son tan solo cosas porque son cosas que están llenas de personas y sus cosas. El atardescente es práctico y en estos tiempos de escasez, la mayoría de las veces van construyendo la parte material- las cosas- con lo que ya traían: La nevera, las ollas, los libros, los discos, la lavadora, las sillas, etc. y eso, en últimas, no deja de ser una anécdota.
Sin embargo, ningún atardescente llega virgen. Todos vienen con su experiencia, con su historia, con sus miedos, con sus sueños, con sus abolladuras y sus propios desperfectos. Y ahí la cosa se complica porque requiere un esfuerzo supremo para que el acople sea lo menos aparatoso posible, aunque muchas veces, pueda que el amor no baste.
La fricción parece inevitable. Lo ideal sería llegar a esa relación con el tema de la felicidad resuelto, ya que esperar que la nueva persona le entregue a uno la tranquilidad que no se ha tenido, sin haber cerrado todos los ciclos anteriores, dificulta enormemente las cosas. Las personas se acomodan al desorden, a los ronquidos, a las mañas, a la cocina, pero hay detalles fundamentales que condenan o fortalecen la nueva relación: la confianza, la risa, la compañía, las palabras, la transparencia, el buen trato, el sexo, el deseo, la solidaridad, la espiritualidad, entre otras muchas.
Resolverlo no es tan fácil como decirlo. Sin embargo, cuando las personas, llegan con el corazón sano, sin deudas pendientes con nadie, ni con ellos, con los recelos resueltos, el amor suele hacer la magia. Si no, es difícil que fluya y así como llegaron, cada uno se irá con sus libros, con sus discos, con sus ollas y sus cuadros . Así se amen.