Un hombre de letras

Cincuenta y tres años es mucho tiempo. Eso nos llevábamos mi papá y yo. Nunca fuimos muy cercanos. Por delante de mí había seis. Ni jugábamos ni hablábamos. A duras penas sabíamos quién era el otro y nos dábamos un abrazo seco en los cumpleaños. Sin embargo, hasta hace muy poco, muy poquito en realidad, pude ver, que me parezco mucho a él. Era un hombre de palabra, puntual, simpático y al final de sus tiempos, escribía unos poemas a mi madre, que nunca supe, si tuvieron algún efecto. Algún afecto. También era un hombre de letras- de letras de cambio, por supuesto- que lo apretaban al final de cada mes porque sacar adelante una familia gigantesca, no era fácil con su sueldo de empleado. A veces tengo la idea que Piero se inspiró en mi papá para componer “Mi viejo”.

 

El caso es que yo creo que mis ganas de decirlo todo con palabras me vienen de él. No sé bailar, no soy bonito, no sé inglés, no tengo plata, me acuesto temprano y para completar, soy tímido.  En realidad, tengo la impresión que si no escribiera, aún sería virgen.

Algunos cantan, algunos pintan, algunos juegan, algunos conquistan, algunos cocinan, algunos mienten, algunos salvan vidas. Yo decidí escribir, que es un poco un revuelto de todo eso. Me gustan los juegos de palabras. En realidad, más los juegos que las palabras. No tengo escuela, no tengo método, no he leído a los griegos, ni a filósofos profundos. Lo mío es pura calle. Lo que sí tengo es musas. Gracias a ellas.

 

No sé bailar, no soy bonito, no sé inglés, no tengo plata, me acuesto temprano y para completar, soy tímido.

 

Yo no sé si escribo bien, escribo mal o simplemente, divago. Eso en realidad depende del cariño que me tienen – o no- los que me leen. Lo que sí es cierto es que garabateo lo que siento.Cuando escribo, me desnudo. Se me ven las costuras, los hilvanes y puntadas, se me notan los huesos y me hago vulnerable. Me dejo ver y en ese pozo profundo en que me debato a diario, oteo una luz. Está sonando “Qué hago ahora” de Silvio Rodríguez: “¿Dónde pongo lo hallado? En las calles, los libros, las noches, los rostros en que te he buscado ¿Dónde pongo lo hallado? En la tierra, en tu nombre, en la Biblia, en el día que al fin te he encontrado” …

Como muchas cosas en mi vida, cambié mi forma de escribir durante el último año. Antes escribía en tercera persona que era mi truco para decir, para juzgar, para ofender, para pontificar, escudado en el tumulto de los otros. Decía para encajar, para no ser invisible, para ser aceptado, para ser amado, para no ser nunca más abandonado. Incluso mentía, porque escribir sin sentirlo terminaba siendo una farsa. Todo eso me aburrió.

Hoy, para bien o para mal, lo hago en primera persona, lo asumo, lo acepto, lo admito, pero por encima de todo, escribo porque tiene que ver con lo que vivo, con mi alegría y mi dolor, mi miedo y mi esperanza, con mi amor y mi desilusión. Y mi tristeza. Y mi búsqueda.  Dejo un pedazo de mí en cada letra, en cada coma, en cada punto suspensivo. Transparente, en carne viva porque me elevo zurciendo alguna frase y me trabo con diptongos y adjetivos. Lo que escribo tiene cara de triste- como yo- pero no. Ni lo que escribo, ni yo. Por el contrario, soy feliz, aunque me falten momentos de alegría. Me estoy hallando, que no es poco.   Como dice Eduardo Galeano, “escribo porque escribiendo juego a creer que puedo decir lo que quiero decir, porque escribiendo comparto alegrías, melancolías, descubrimientos, deslumbramientos, porque mi tendencia al pecado me impidió ser santo”.

Ya no pido permiso. No tengo por qué. No desde la soberbia del que cree que todo lo sabe, sino desde el acto onírico, desde la necesidad de decir lo que está en mi corazón. Hablo de lo que me pasa, que es finalmente lo único que sé, que será poquito, pero le pertenece a mi experiencia. Del resto, de la política, del deporte, de la economía, de la religión, tengo opiniones, opiniones – incompletas por supuesto- y por eso me las guardo para no polemizar con las otras opiniones incompletas que tienen los demás. Lo mío es más memoria que predicción o juicio. Escribo desde mis entrañas. Con cojones y con ganas. Si amo, lo digo, si estoy triste, lo cuento, si me lleno de esperanza, lo sueño, si tengo un cariño lo expreso, si algo me emputa, lo explico. Al fondo suena “Una palabra” de Carlos Varela.

Escribir es mi salvación. Y mi condena. Como los poemas de mi viejo, mis palabras no tienen efecto. No tienen afecto. No tienen eco, porque la vida no es como en las frases. Qué se le va a hacer. Es lo que hay…

Suena “Cuando yo me empiece a quedar solo” de Sui Generis

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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