Vida

Gastamos mucho tiempo pensando en rehacernos, en reconstruirnos. La pandemia fue un punto de quiebre en la historia de la humanidad, porque si bien pasada la histeria volvimos a ser los mismos, el encierro y los miedos nos empujaron a pensar, a reflexionar un poco acerca de la vida.

 

Colgados de esa ola hipocondriaca, muchos nos dimos cuenta de la vacuidad de la existencia, de lo efímera que suele ser la vida y entendimos, por fin, que los días hay que vivirlos como si fueran los últimos. O mejor como si fueran los penúltimos, para adornarlo de optimismo.

 

Nunca es tarde para entender la vacuidad de la existencia y lo efímera que suele ser la vida

 

Para los atardescentes, sin embargo, no ha sido un proceso novedoso, ni siquiera traumático. Estamos curtidos y enseñados, estamos adiestrados y entrenados, porque en nuestra eterna búsqueda, ya tenemos callo y ya sabemos de la inutilidad de tirar la toalla, porque siempre hay que pararse a recogerla.

Para recomenzar nos basta una mirada y darnos cuenta que estamos vivos, que tenemos ganas, que tenemos sueños, que tenemos muchas cosas por decir de una manera distinta a como lo hemos hecho a lo largo de la vida. Y no es que reneguemos del pasado, sino que entendimos la necesidad de llenar nuestros vacíos, de hacer lo que nos venga en gana, de no sentir vergüenza, de salir del closet, si fuera necesario, de remover todas nuestra fibras, de aprovechar nuestra experiencia, de decir lo que nunca nos atrevimos a decir por pena, por orgullo o por bobada, de amar de la manera que queramos, de comer y beber lo que nos apetezca, de asumir lo que creamos en la forma en que lo vemos, de reír a carcajadas y de llorar sin pena alguna.

 

Hacemos nuestras reglas, no porque creamos son únicas sino todo lo contrario

 

Los atardescentes hacemos nuestras reglas, no porque creamos que son únicas, sino todo lo contrario.Entendemos la posibilidad de pensar y ser distintos y la inutilidad de  intentar convencer a quien piensa diferente.

Por eso, emprendemos cosas nuevas, nos atrevemos a vender nuestras galletas, a pintar lo que sentimos, a escribir lo que sabemos, a enseñar lo que aprendimos, a cocinar lo que nos gusta, a andar por la vida en jean y camiseta.

Sabemos cositas y lo principal, es que perdimos el culillo y la vergüenza. Estamos vivos y no necesitamos que nadie nos lo diga.

Elena Villalba

Me gusta el sexo oral y escrito. Bloguera especialista en la condición humana

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