Nos hemos llenado de frases cortas, de atajos semánticos, de trochas ortográficas porque nos da miedo hablar y tener que hilar tres ideas consecutivas. Nos cuesta decir lo que sentimos, lo que pensamos, lo que queremos, porque más que conversar le apostamos a la telepatía y a la suposición.
Polvos rapiditos, respuestas monosilábicas, caricias de un segundo, explicaciones de una línea, sentimientos de dos pesos. Y no es que necesariamente todo se haya banalizado. Lo que pasa es que nos gana la pereza, no nos gusta el cara a cara y la fugacidad nos da seguridad. Nos gustan más las carreras de cien metros que las medias maratones.
“Conversar es la única cosa civilizada que nos queda” Graham Greene
Odiamos las conversaciones largas con risas y suspiros en las que hablamos de la vida y de la muerte, de la presencia extraterrestre, de amor, de sexo y recetas de galletas, de los recuerdos infantiles y los sueños de adultez, de los dolores por los amores que se fueron, de las experiencias penetrantes, de los que nos mantiene despiertos por la noche y lo que nos mata de plena incertidumbre.
Nos gustan los polvos rapiditos, las respuestas monosilábicas y las caricias de un segundo,
Las lluvias ya no llegan a aguaceros y los soles ya no logran calentar. Nos aburre dar y recibir explicaciones y por eso vivimos en duda permanente. Nos resulta más fácil montarnos un video en el cerebro que indagar una razón. Adivinamos más de lo que preguntamos, profetizamos más de lo que analizamos y nos gusta más deducir que averiguar. Tomamos decisiones y no comunicamos los detalles. Todo lo damos por sentado o simplemente, vale mierda. Lo que no quepa en internet, parece estar fuera de moda. Los emoticones reemplazaron los abrazos y los besos y las emputadas ya no saben como antes. Nos enamoramos por el twitter y nos desenamoramos por whatsapp. La conversación se nos ha extraviado como quien pierde un bicho raro imposible de recuperar. Para hablar con la pareja o con los hijos se requiere un corte de energía.
Tal vez sea tiempo de dejarnos de negar la posibilidad que nos brindan las palabras.