Velas rojas

Amo los horóscopos como amo a Sabines, a Galeano, a Fontanarrosa, a Piedad Bonnet y a  Benedetti y  por eso, no hay semana que no los lea. En ellos siempre he encontrado un pequeño refugio, una isla en este mar de podredumbre que a veces nos consume.

 

Y es que un horóscopo que no venda una esperanza, no pasa de ser un informe de junta directiva. Amo los horóscopos porque son pura poesía de cándido optimismo, una especie de ibuprofeno, una suerte de abrazo que no cura ni hace daño, pero que alivia de algún modo.

 

Un horóscopo que no venda una esperanza no pasa de ser un informe de junta directiva

 

No sé si escribo bien o escribo mal, lo que sí sé es que escribo muy seguido porque escribir es la soteriología que  me salva de todas mis condenas y de todas mis tristezas. Y sí. Mi pasión por escribir nació de los horóscopos. Primero de leerlos en los folletines de peluquería y luego, de escribirlos, porque mi primer encargo literario fue borronear esa sección en las revistas musicales de Editora Cinco. Al principio me costó, pero luego le fui tomando el ritmo porque la fórmula siempre ha sido sencilla: escribir sobre cosas generales, nunca decir nada malo y pensar con respeto en quien lo lee. Luego, cada persona lo interpretará como quiera. Como las letras de las canciones. O la poesía. O la vida. Pura literatura.

Yo prefiero los horóscopos a aquellos que se las saben todas. Claramente no soy el único, porque los colombianos tenemos la absurda manía de intentar averiguar el futuro, saber qué nos deparará el mañana.

 

Yo prefiero los horóscopos a aquellos que se las saben todas.

 

Nos encantan los horóscopos, que nos digan cómo nos va a ir en el amor, si nos vamos a ganar la lotería o si nuestra salud presentará alteraciones.  Nos leemos la carta astral en busca de respuestas terrenales o para saber si ese trabajo que se asoma, nos conviene. Creemos en brujos y chamanes, en curas y pastores, hacemos amarres, ligaduras, ataduras, pócimas y menjurjes, hacemos novenitas, pagamos promesas y nos hacemos el tarot. Leemos el I Ching, la taza de chocolate, la mano, las cartas, el iris de los ojos, el cigarrillo y el almanaque Bristol. No todos son iguales, eso es claro, incluso parecería una blasfemia nombrar el mismo día la religión y la quiromancia pero en el fondo, todos se basan en lo mismo: la fe, creer en lo que no se ve.

Creo en Dios y guardo la esperanza en que tiene un plan para mi vida. Eso no quita que de cuando en vez le pregunte cosas al I Ching y los domingos lea a Mavé en El Espectador. Necio que soy, pero es que para mi esa práctica es un péndulo entre  una bola de cristal y una  caja de música.

Velas rojas. Muchas velas rojas…

 

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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