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Me he repensado tantas veces que la verdad siento el mareo porque ya no sé si doy muchas vueltas o simplemente estoy borracho. En sueños alguien me habló de oscuridad. Y ha sido una luz. Soltar a los demás y vivir el día a día. No tener que ser alguien para nadie. Tal vez sólo para mí.

 

Resuena en mi cabeza “Si se callase el ruido de Ismael Serrano. Nunca metí drogas, pero a veces creo que alucino. Pienso en arenas movedizas que no es lo mismo que revolcarse en el fango y el espanto. Avanzar mirando atrás es otra forma de devolverme. Todo camino de regreso me lleva a un lugar distinto. Tal vez porque ya no es. Tal vez porque ya no soy.

Cuando uno se rompe tiene dos opciones. Se deja desangrar o se cose, se zurce, se teje y avanza por la vida con su millón de cicatrices, que no son más que pruebas de supervivencia, constancias de un intento. Como en “El viejo y el mar”, no hay que tener miedo a la derrota. Un hombre solo tiene que ser demasiado fuerte para soportar la derrota.

Remover los entresijos es un proceso doloroso, pero saludable, como la cera que se aplican las señoras para hacerse eso que llaman el bikini o para quitarse los pelos de la cara y de las piernas. Duele, y duele mucho.

 

No tener que ser alguien para nadie

 

Ahora oigo a mis vecinos discutir. Aguzo el oído. Me gana el chisme. Me estoy comiendo una milhoja deliciosa. Lleno el piso de boronas. Odio las migajas…

Hay veces que la vida me pide a gritos hacerme cargo de lo que me toca, dejar atrás esa actitud infantil de estar esperando lo que nunca llegará, porque al fin y al cabo cada quien tiene sus propios problemas que resolver. Y lo hará si le da la puta gana.

De alguna manera, los que hemos estado en las horas bajas y hemos gritado en busca de auxilio, nos vamos acostumbrando a que sean los otros los que resuelvan nuestras vainas.Yo, por ejemplo, en algún momento de mi vida, adopté una actitud de limosnero, viviendo con el brazo extendido como vara de retén. Me encantaba pobretearme, sin saber, ni entender, ni mucho menos, asumir, que la solución a la mayoría de mis males estaba enfrente del espejo.

Sin embargo, llegó el día en  que debí  aceptar que se me habían acabado las disculpas- y los culpables- que yo era  el único responsable de mí mismo, de asumir que había crecido a punta de los golpes que me había dado, de la mierda que comí – la mía y la de otros- que  mi  única obligación estaba con lo que era y con lo  queria ser,  porque la vida podría haber estado en tecnicolor o en blanco y negro, pero es la que tenía. No había más.

Hoy vuelvo a dejar mi piel al sol, aunque por razones diferentes. Nadie tiene ninguna responsabilidad sobre mi vida. Nadie tiene qué… Ni viceversa. No soy responsable de nadie, ni siquiera de los que amo. La línea es delgada porque fácilmente puede confundirse con el desinterés por construir algo con otros. Con el egoísmo y la soberbia. Ando en busca del sosiego y de la paz, de no perderme de nuevo en el camino, de asumir lo que me toca y soltar lo de los otros, no porque me importe poco- al contrario- sino porque cada cuál tendrá que hacerse cargo- si quiere, si puede-. Estar bien, vivir en abundancia para entregarlo todo. Cuidar las palabras. No opinar sobre la vida de nadie, no aconsejar a nadie, no decirle nada a nadie sobre lo que tiene qué hacer o qué no hacer. No intentar cambiar a nadie. Aceptarlos como son.  En otras palabras, amarlos y respetarlos, caminar a su lado, sabiendo que mi vida a su lado es mejor que cuando no están. Y esperarlos mientras pueda. Mientras quiera. El día que me necesiten o quieran compartir algo conmigo, lo harán. O no, y entonces caminaremos por caminos separados. Sin reclamos y en silencio. Al final pasará, lo que tenga que pasar.

Debo salvarme yo. Toda una vida agarrada del pasado, haciendo pispirispis de futuro y dejando escapar entre las manos el regalo presente de mis días. Debo – quiero- vivir el día a día, no pensar en el mañana y soltar los miedos y las angustias del ayer. Vivir al tope, dando todo. Que cuando me acueste me duelan los brazos de tanto amar, las piernas de tanto caminar, la cara de tanto sonreír o los ojos, de llorar. Todo hoy. Muriendo de noche y naciendo en la mañana. Que nada me afecte. Que todo me importe. A esta altura de mi vida me estoy volviendo un poco estoico para distinguir lo que controlo y lo que no, aceptar mi destino (amor fati) no como el pelotudo que se sienta a esperar que la lluvia caiga para arriba sino hacer que eso se suceda y sobre todo, recordar a cada momento que la vida se me agota (memento mori). Soñar con una sociedad igualitaria, donde nadie cargue a nadie. No es fácil. Me cuesta cuestionarme, me arde la idea. Sesenta años haciéndolo de una forma para darme cuenta, en plena atardescencia, que el camino es a la inversa. Estoy en conflicto.  Me causa angustia, la angustia de los que amo. Desde afuera puedo ver una luz, un camino que podrían recorrer, pero debo quedarme callado porque al final cada quien hace lo que quiere y lo mío, una opinión que nunca me pidieron. A veces, lo doloroso de irse es no hacer falta. ¿Qué es el amor entonces?, ¿quedarse callado? ¿quedarse por fuera? ¿Cómo se construye? ¿Vamos montados en un mismo bote o cada quién anda en su barquito? Es como dormir en cama doble, pero con sueños separados. Que enredo tan hijueputa.

Se me acaba el tiempo. No es fácil. Si me ven en la calle distraído o desatento. O callado, taciturno y silencioso, no piensen que estoy mal. Tal vez, estoy pensando…

Canto- digo yo cantar, qué abuso- susurro, gimoteo, la letra de la canción de Serrano:

Si se callase el ruido

Oirías la lluvia caer

Limpiando la ciudad de espectros

Te oiría hablar en sueños

Y abriría las ventanas

Si se callase el ruido

Quizá podríamos hablar

Y soplar sobre las heridas

Quizás entenderías

Que nos queda la esperanza

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