Dedo engatillado

Según Google, lo que tengo se llama tenosinovitis estenosante. Demasiado pomposo para lo que comúnmente se llama “dedo engatillado”.

Me apareció hace poco, pero en realidad creo que la tengo hace mucho porque mi manía de juzgar a los demás, de calificarlos, de ponerlos en tela de juicio, en fin, de tener el dedo en el gatillo apuntando hacia los otros, me viene desde siempre.

De mi papá no heredé muchas cosas, pero seguro, seguro, el capricho y la ridiculez de opinar – mal casi siempre- sobre la vida de los demás, no fue una de ellas. No recuerdo haberlo oído nunca, hablar mal de nadie.

Y no es que yo sea un bicho raro o un hijueputa a la carrera. No. Soy producto de lo que me enseñaron, de lo que vi, de una sociedad acostumbrada a poner en tela de juicio a los otros porque creemos ser mejores que los demás. Lo hemos normalizado tanto, que a los que no lo hacen los tildamos de guevones, de tibios o de locos.

Para completar, opinamos- opino-  de lo que no sé, de lo que no me consta, de lo que me parece, desde mi propia miseria, desde mi propia desdicha, desde mi propia ignorancia, desde mi propia estrechez, desde mi propia mala leche.

En algún momento se me volvió fácil vivir la vida de los otros, de saber con la fantochería propia de los soberbios, lo que los demás deben hacer o no, o las razones que han tenido o la sed que han padecido.

Hoy sé que debo hacer un alto, desengatillar mi dedo acusador y dejar que los otros- incluidos los que más amo y especialmente ellos- vivan la vida a su manera, entender que contar no es pedir una opinión, no es pedirme la opinión. Silenciarme, enmudecerme, dejar de decir, seguir mi vida, no porque no me importe lo que le pasa a los demás, que en últimas, harán lo que les dé la puta gana, sino porque cada quién es dueño de la velocidad que le pone a su jabón. Como debe ser.

A veces, quiero estar en la vida de las personas sin ser invitado, sin ser bienvenido y por eso me lleno de opiniones. Y  de preguntas, cuyas respuestas siempre están ahí, a la vista. Por más que no las vea o quiera que pasen de otra forma, el universo se encarga de decirme que no es el tiempo, que no es el lugar, que uno solamente debe estar donde es amado y opinar de lo que sabe,pero como dice Cortázar, el peor sentimiento es no saber si esperar un poco más o rendirse.

Por eso, llega el momento de callar el ruido, de no decir más de lo que ya se dijo para no aumentar el dolor, para darle un soplo de vida a los olvidos y sobre todo por la inutilidad para cambiar lo evidente.Lo inevitable .

Se dijo lo que se dijo, se lloró lo que se lloró y todo siguió igual. Bajar el tono y subir la alegría contenida, entender que lo malo ya pasó y que pesar de las abolladuras, la vida continua. La de los otros y la mía, por supuesto. Llegará el día en que el tendón de mi dedo meñique se aliviane.

 

Mauricio Lievano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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