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Con mis Gudiz soy feliz

Imagínense una tarde cualquiera de finales de los 80, de esas que olían a lluvia reciente y a pan recién salido del horno. La televisión, esa caja mágica que reinaba en las salas de las casas colombianas, se llenaba de colores y de una melodía que parecía salir de un sueño infantil: “Con mis Gudiz soy feliz, porque son de maíz…”. Era 1988, y en un rincón del mundo llamado Colombia, unos muchachos de Jack’s Snacks decidieron meterse en el corazón de los niños con unas bolitas de colores que prometían más que un sabor: prometían alegría.

Dicen que todo empezó con Jaime Valencia, un músico de esos que no solo tocaban notas, sino que pintaban recuerdos. Él, con su talento para las cosas simples, esas que se te pegan al alma, escribió un jingle que no necesitaba más que unas pocas palabras para quedarse grabado. “Son bolitas de colores, dulces sus sabores…”. Y luego venía esa imagen en la pantalla: un niño que mordía un Gudiz amarillo y, de repente, el sol brillaba; un Gudiz verde, y el mundo se teñía de esmeralda. Era como si cada bolita fuera un pincel, y la infancia, un lienzo en blanco y negro que se llenaba de vida.

Corría el año 88, y Gudiz llegaba a las tiendas de barrio, a las loncheras de los colegios, a esas tardes después de clases cuando lo único que importaba era correr detrás de un balón  soñar con ser Pelé o sentarse frente al televisor. Jack’s Snacks, una empresa colombiana que soñaba en grande, había dado en el clavo: los niños, esos pequeños reyes de la casa, no solo querían comer algo rico, querían sentir que el mundo era un lugar más bonito. Y el jingle, con su ritmo juguetón y su promesa de felicidad, era como un himno secreto que todos cantábamos sin darnos cuenta.

Pero las cosas cambian, como cambian las tardes cuando el sol se esconde. En 1995, Frito Lay, un gigante que venía de lejos, compró Jack’s Snacks y con él se llevó a Gudiz. El jingle siguió sonando un tiempo, pero poco a poco fue apagándose, como una radio que pierde la señal. Llegaron otros sabores, otras marcas, y esas bolitas de maíz se fueron quedando en un rincón del supermercado. Sin embargo, algo curioso pasó: la canción no murió. Se quedó ahí, flotando en el aire, en las memorias de quienes fuimos niños en esos años. En 2016, unos estudiantes de la Universidad Javeriana hicieron una encuesta y descubrieron que el 73% de los que crecieron viendo televisión en los 80 aún tarareaban “Con mis Gudiz soy feliz”. ¿No es eso magia?

Hoy, si cierras los ojos y te dejas llevar, casi puedes verlo: el niño del comercial, las bolitas de colores cayendo como lluvia, el eco de una melodía que Jaime Valencia dejó como un regalo. Gudiz sigue en las tiendas, sí, pero ya no es lo mismo. Ahora es un recuerdo, una puerta a esas tardes que no vuelven, cuando el mundo era más sencillo y bastaba una bolita de maíz para sentir que todo estaba bien. Hasta Netflix, en 2017, lo supo: usaron ese eco nostálgico para un comercial de Stranger Things, como diciendo que hay cosas que no se van nunca.

Así que la próxima vez que pases por una tienda y veas un paquete de Gudiz, detente un segundo. Escucha. Tal vez, entre el ruido del presente, oigas de nuevo esa voz que cantaba “Cuando como la amarilla, sale el sol y brilla…”. Y entonces, por un instante, volverás a ser feliz, como en esas tardes que el tiempo no logra borrar.

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