Mi biblioteca, no será Alejandría, pero es mía. La he ido construyendo con los años. Comprando poco, recibiendo mucho y olvidando devolver otro tanto. Casi, casi un Robin Book. Tengo consentidos. Obvio. Los de Galeano, los de Benedetti, los de Gabo, La alegría de querer, Opio en las nubes, el I Ching , los de Piedad Bonnet, Fontanarrosa, Guadalupe Nettel y por supuesto, Casciari, Marwan y Elvira Sastre. De ellos he aprendido que la ternura es rebeldía, que hay que soñar con lo imposible, que reírse es resistir y que hay que mirarse para adentro.
Ahí están inertes, llenos de polvo, hablando unos con otros. De vez en cuando se aparecen a calmarme mi nostalgia porque como dice Javier Marías “no estamos tan solos como se cree en esa habitación en la que nos hemos encerrado. Nos acompañan las palabras de otros. Nos acompañan las palabras de los otros, las historias de otros, los libros de otros”.
“Amor líquido” de Zigmunt Bauman es uno de esos libros que quiero, y no devolverlo, no sé si terminó siendo mi maldición y mi condena porque fue premonitorio.
Y es que tal vez soy un alma vieja metida a la fuerza en este mundo de mierda donde todo caduca antes de tiempo. Me niego a aceptar que todo es desechable, que todo se reemplaza, que el amor es una frase que se dice de la cintura para abajo, que la palabra poco vale, que al primer problema lo mejor es esfumarse y que hay un culillo el hijueputa al compromiso y a la frase para siempre. Todo es efímero y provisional, prescindible y transitorio, precario y temporal. El amor se asemeja a un producto del D1. Una vez que ya no satisface, se descarta y se busca uno nuevo. Usar y tirar, literalmente. Casi, casi, un amor de microondas: rápido, fácil y sin pizca de sabor.
Lo acepto. En estos tiempos que nos corren, soy antiguo, obsoleto, anticuado, primitivo, vetusto, prehistórico, anacrónico, rancio, antediluviano, un poco añejo y en desuso. Un dinosaurio sentimental en el museo de los afectos perdidos. Contra toda evidencia, contra toda lógica, contra todo pronóstico atmosférico, contra todo dogma misterioso, creo en la lealtad, en el cariño, en la compasión, en la risa y el humor, en el sexo apasionado, en el amor que no se vence, en las relaciones que se construyen con sudor y con paciencia, en insistir cuando se quiere, en la piedad y en el perdón, en el erotismo que brota por los poros, en la amistad a toda prueba, en la libertad de escogerse cada día, en aceptarse los defectos, en la compañía en el dolor y en que el mundo puede detenerse por un beso. Al final, no somos más que criaturas heridas, fingiendo estar completas.
Sin la gente que ha pasado por mi vida, no sería lo que soy. Con mis luces y mis sombras. De cada uno he tomado algo. Estoy hecho de pedacitos de otros. Soy ellos. Soy mi yo. Es un revuelto raro. Lo sé. Un poco espejo. Un poco eco. Tal vez nos quisimos en otra vida. Tal vez tenemos una deuda por saldar. Casi un delirio. Una borrachera de nostalgia. Una ebriedad del futuro que vendrá. Sin la gente que llegará a mi vida, no seré lo que seré.
Tal vez el amor líquido no es una maldición sino una enseñanza cruel y necesaria. Tal vez nos toca vivir amores que se evaporan para aprender a valorar los que se quedan. O los que llegan. Amores que no se disuelvan con la lluvia, que se anclen en los huesos y en la piel. Por eso sigo aquí, dispuesto a amar como sea necesario, en el estado que sea necesario, con quien esté dispuesto a amar en serio en estos tiempos raros…