Toda mi vida he dormido con la puerta cerrada, incluso estando acompañado. Tal vez un miedo oculto a que en la noche pasen cosas. vaya uno a saber qué cosas, porque la noche es territorio de lo incierto, que se escurre entre los dedos como agua que se va.
Hace un mes y por física pereza, dejé la puerta abierta. Estaba haciendo uno de esos fríos bogotanos que me matan, que producen tiritón y escalofríos, casi, casi, rigor mortis. Ya encamado pensé que era mejor que salieran a pasear todos los demonios o que los ladrones entraran a robarme hasta los sueños, que pararme a cerrar ese triplex con manija.
Es que este clima de mierda me pone a pensar en la muerte, en la soledad, en todas esas vainas jodidas que llevo por dentro y que salen a flote cuando baja la temperatura. Como dice Cortázar en “Que no se culpe a nadie”: «…pero al mismo tiempo siente el horrible frío que le trepa por las piernas, la seguridad del frío, ese frío de cementerio que ya lo va invadiendo, un frío blanco y negro, como el traje que se acaba de poner”. (Perdón, esta costumbre muy mía de hablar de todo y nada para parecer que sé de mucho. Y no. No sé ni dónde estoy parado). En fin. El caso es que esa noche dormí hasta el otro día, algo raro porque yo ya no sé si despertarme por la noche es incontinencia o puro insomnio, como si el sueño fuera un gato esquivo que solo viene cuando no lo estás llamando.
La noche siguiente, pasó lo mismo. Y luego la otra y otra y entonces entendí eso que llaman serendipia. Un descubrimiento inesperado, casual y accidental, como cuando encuentro una moneda en el bolsillo de un viejo pantalón. Ahora duermo la noche entera y mis fantasmas y mis miedos seguramente deambulan por la casa jodiendo por ahí, corriendo y tropezando con las sillas de la sala, hurgando en mi alacena, comiéndose mi pan o mirando en la ventana a ver quién llega tarde o muy borracho.
Y entonces entendí que la vida, que mi vida, es un sueño. Todo. Mis hijas, mis hermanos, mis amigos, las mujeres que me amaron y se fueron dejando apenas el eco de sus risas, lo que escribo y lo que callo, mi tristeza y mis visiones, mis emputes y mis miedos, el cosmos, el Dios en el que creo, son simplemente eso. Un sueño. Un sueño que quise proteger cerrando la puerta con falleba y doble tranca. Y ahora, con esta certeza que me pesa como una lápida en el pecho, entiendo que el miedo no era a que entraran cosas desde afuera, sino a que se escaparan las de adentro…
Por eso,hoy también decidí dejar la puerta abierta para que mis hijas, mis hermanos, mis amigos, las mujeres que me amaron y se fueron, lo que escribo y lo que callo, mi tristeza y mis visiones, mis emputes y mis miedos, el cosmos, el Dios en el que creo, deambulen libremente por ahí, que se vayan a dar vueltas, que tomen sus propias decisiones y que vuelvan a mi vida si algún día lo deciden.
Vida o sueño. Sueño o vida. Que se vaya todo o que se quede todo para que el abrazo o el adiós sean una serendipia que no termina por llegar …