Generic selectors
Coincidencias exactas únicamente
Buscar un título
Buscar contenido
Post Type Selectors

Hay algo casi obsceno en las cifras que arroja la gira de despedida de Elton John. Novecientos treinta y nueve millones de dólares. Así, sin más preámbulos. Es el tipo de número que uno lee dos veces porque parece un error de imprenta, el tipo de recaudación que convierte cualquier conversación sobre música en una clase de economía aplicada. Pero claro, estamos hablando de un tipo que durante dos años —entre 1996 y 1997— se gastó casi cien millones de dólares, setecientos mil solo en flores.

La Farewell Yellow Brick Road Tour no es solo una gira; es la coronación financiera de una carrera que desafía cualquier lógica conocida sobre cómo funcionan las cosas en este mundo. Mientras otros artistas de su generación luchan por llenar teatros, Sir Elton —porque hay que llamarlo por su título, que se lo ganó a pulso— convierte estadios en catedrales del nostalgia donde la gente paga fortunas por escuchar canciones que conoce de memoria desde hace cuarenta años.

Reginald Kenneth Dwight no tenía pinta de convertirse en nada parecido a lo que terminó siendo. Nacido en Pinner en 1947, era el típico niño británico de clase media con un talento tan desproporcionado que daba un poco de miedo. A los tres años ya tocaba melodías de oído; a los once tenía una beca en la Royal Academy of Music. El problema —o la fortuna, según se mire— es que abandonó todo eso antes de los diecisiete porque la música clásica le quedaba pequeña.

Lo que vino después es una de esas historias que solo pueden pasar en la industria musical: un anuncio en el New Musical Express, dos jóvenes que no superan la audición pero que el tipo de A&R decide presentar porque uno no sabe escribir letras y el otro no sabe componer música. Así nació la sociedad más rentable de la historia del pop: Elton John y Bernie Taupin, el compositor y el poeta, el virtuoso del piano y el arquitecto de las palabras.

El nombre artístico surgió de esa manera tan inglesa de resolver las cosas: tomó «Elton» del saxofonista Elton Dean y «John» del cantante Long John Baldry, sus compañeros en Bluesology. En 1972 lo hizo legal, agregándose «Hercules» como segundo nombre, porque si uno va a reinventarse, mejor hacerlo con estilo.

Entre 1970 y 1976, Elton John no grabó álbumes; construyó monumentos. Tumbleweed Connection, Honky Château, y la obra maestra absoluta, Goodbye Yellow Brick Road de 1973. Ese disco doble se mantuvo ocho semanas en el número uno del Billboard y vendió más de treinta y un millones de copias.

Pero lo más fascinante de esa época no son las cifras sino la intensidad creativa. Elton John lanzaba álbumes como otros cambian de camisa y cada uno parecía surgir de una necesidad visceral de contar algo. Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy es pura autobiografía convertida en sinfonía pop. «Someone Saved My Life Tonight» habla de un intento de suicidio en 1968; es la clase de confesión que otros artistas reservan para las memorias póstumas, pero él la convirtió en hit radiofónico.

Había algo casi maníaco en esa productividad. Como si supiera que tenía que aprovechar cada segundo porque la inspiración, esa cosa tan frágil, podía esfumarse en cualquier momento. No se equivocaba: los ochenta llegaron con menos brillo, aunque nunca con menos espectáculo.

Los artistas que sobreviven décadas no son necesariamente los más talentosos, son los que mejor entienden cuándo es hora de cambiar de traje. Elton John se reinventó tantas veces que perdió la cuenta, pero la transformación más inteligente llegó en los noventa con El Rey León.

Trabajar para Disney no es precisamente lo que uno esperaría del tipo que cantaba «Saturday Night’s Alright for Fighting«, pero «Can You Feel the Love Tonight» le trajo el Oscar y abrió las puertas de Broadway. Luego vino Aida, después Billy Elliot. El pianista de rock se convirtió en compositor de musicales, y lo hizo tan bien que completó el EGOT —Emmy, Grammy, Oscar y Tony—, un club más exclusivo que los multimillonarios.

Trescientos millones de discos vendidos. Solo The Beatles, Elvis y Michael Jackson han vendido más. Su patrimonio neto ronda los 599 millones de dólares, que parece poco considerando que su última gira generó casi mil millones. La diferencia se explica fácil: Elton John nunca entendió el dinero como algo para guardar sino como algo para gastar con estilo.

La Farewell Yellow Brick Road Tour es un caso de estudio sobre cómo monetizar la nostalgia. Cinco años de conciertos, 5.3 millones de entradas vendidas, una máquina de hacer dinero que funciona con la precisión de un reloj suizo. En los estadios europeos recaudó 69.2 millones con doce conciertos menos que en la etapa anterior. La lógica es simple: espacios más grandes, precios más altos, más dinero por noche.

Pero si solo habláramos de dinero y música, estaríamos contando la mitad de la historia. Elton John se declaró bisexual en 1976, cuando hacerlo podía arruinar una carrera. En 1988 dijo que se sentía «cómodo siendo gay», en una época en que la mayoría de los artistas preferían el armario a la honestidad.

La Elton John AIDS Foundation nació en 1992 de la peor manera posible: viendo morir a amigos como Ryan White y Freddie Mercury. Desde entonces ha recaudado más de 660 millones de dólares, financiado tres mil proyectos en noventa países y llegado a cien millones de personas. No son números para impresionar en una entrevista; son vidas salvadas, realidades cambiadas.

Treinta y cinco años sobrio, casado con David Furnish desde 2005, padre de dos hijos. Sir Elton John se baja del escenario después de medio siglo convertido en algo que trasciende la música: un símbolo de resistencia, reinvención y, sobre todo, autenticidad.

La Farewell Yellow Brick Road Tour terminó, pero Elton John —el personaje, el fenómeno, la marca— seguirá existiendo mientras alguien ponga «Rocket Man» en algún lugar del mundo. Que, conociendo la ubicuidad de sus canciones, será básicamente para siempre.

Novecientos treinta y nueve millones de dólares después, uno entiende que no estamos ante una simple despedida. Estamos ante la consolidación definitiva de un mito que tuvo la inteligencia de saber cuándo bajarse del escenario siendo todavía el rey.

LEAVE REPLY

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *