Colombia está viviendo una especie de esquizofrenia financiera. Por un lado, las agencias de calificación se rascan la cabeza preocupadas por las finanzas públicas del país, rebajando notas y poniendo perspectivas negativas como si fueran etiquetas de advertencia en una cajetilla de cigarrillos. Por el otro, los inversionistas extranjeros andan comprando bonos colombianos como si fuera Black Friday en Wall Street.
Esta bipolaridad no es casualidad ni capricho del mercado. Es la manifestación de dos maneras completamente distintas de ver el mismo problema: una que mira hacia el futuro con la lupa del balance fiscal, y otra que vive del día a día apostándole a la rentabilidad inmediata.Cuando Moody’s decidió el 26 de junio rebajar la calificación de Colombia de Baa2 a Baa3, no sorprendió a nadie que supiera leer entre líneas. Era el último bastión que mantenía al país en territorio de grado de inversión, pero ya S&P y Fitch lo habían mandado al limbo especulativo desde hace rato.
La agencia fue clara en su diagnóstico: consolidación fiscal retrasada, ingresos subestimados y una deuda que va camino a representar casi el 60% del PIB. Para ponerlo en términos menos técnicos: el gobierno está gastando más de lo que puede y prometiendo cosas que no sabe cómo va a pagar.Lo curioso del asunto es que Moody’s, después de bajarle la nota, le cambió la perspectiva de negativa a estable. Es como decir: «Sí, estás mal, pero ya no creo que te vayas a poner peor». Una especie de voto de confianza a medias que refleja cierta fe en las instituciones colombianas y en la solidez del Banco de la República.
Mientras las calificadoras hacían su tarea de casa, el mercado ya había hecho la suya desde hace rato. Los bonos TES ni se inmutaron cuando salió la rebaja de Moody’s. Los inversionistas ya tenían descontada esa mala noticia y andaban enfocados en otras cosas: los rendimientos jugosos que ofrecía la deuda colombiana y la relativa estabilidad que mostraba la economía real.En agosto pasó algo que dejó a más de uno rascándose la cabeza: los fondos extranjeros compraron TES por 3.3 billones de pesos. Fue la segunda cifra más alta desde agosto de 2022. Como para poner en perspectiva: en julio estos mismos fondos se habían dedicado a vender como locos.¿Qué pasó ahí? Simple: el mercado es volátil, pero no tonto. Los inversionistas vieron una oportunidad en esos rendimientos altos y apostaron a que los riesgos fiscales, aunque reales, no iban a materializarse en el corto plazo.
Detrás de toda esta telenovela financiera están los números fríos que explican por qué todo el mundo anda nervioso. El déficit fiscal anda entre el 6.2% y el 7.1% del PIB, dependiendo de quién haga las cuentas. La deuda pública pasó del 53.4% del PIB en 2023 a casi el 60% proyectado para este año.Para dimensionar qué significa esto: los intereses de la deuda se están comiendo el 17% de los ingresos del gobierno. Es como si una familia destinara casi la quinta parte de su sueldo solo a pagar los intereses de las tarjetas de crédito. Ahí ya cualquiera se pone nervioso.
La decisión de suspender la regla fiscal por tres años fue la gota que rebosó el vaso para las calificadoras. No es solo que sea técnicamente inconveniente; es que manda una señal política de que el gobierno no tiene un plan claro para ordenar la casa.Pero no todo es drama. La economía colombiana ha demostrado una resistencia que sorprende incluso a los más pesimistas. Se proyecta un crecimiento entre 2.5% y 2.6% para este año, lo que no está nada mal considerando el panorama regional y global.El Banco de la República ha jugado su papel de adulto responsable, manteniendo la tasa en 9.25% y dándole credibilidad a la política monetaria. Es uno de los pocos anclas de estabilidad en medio de la tormenta fiscal.Los inversionistas, al parecer, están viendo algo que las calificadoras todavía no logran captar del todo.
Claro, no todo es color de rosa. La inversión extranjera directa cayó 24% en el primer semestre del año. Y ahí está la diferencia clave: una cosa es comprar bonos que puedes vender mañana si se pone fea la cosa, y otra muy distinta es montar una fábrica o invertir en un proyecto a largo plazo.Los inversionistas productivos, esos que generan empleo y mueven la economía real, sí están sintiendo el peso de la incertidumbre. Para ellos, el riesgo país no es solo una cifra en una pantalla; es la diferencia entre apostarle a Colombia o buscar oportunidades en otros lados.La paradoja colombiana del 2025 es esta: un país con problemas fiscales estructurales pero con una economía que se las arregla para mantenerse a flote. Una situación que genera oportunidades para los inversionistas con estómago fuerte y problemas de cabeza para quienes necesitan certidumbre a largo plazo.
El mensaje para el gobierno es cristalino: se acabó el tiempo de las medias tintas. O se toma en serio el tema fiscal con un plan creíble de consolidación, o el país seguirá navegando en aguas turbulentas donde el mercado compra y vende al ritmo de su estado de ánimo.Al final, Colombia está en una encrucijada donde la percepción es tan importante como la realidad. Y en el mundo de las finanzas, la percepción tiene una manera muy particular de convertirse en realidad, especialmente cuando se trata de pagar las cuentas.