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Hay algo profundamente argentino en la historia de Charly García. No solo porque haya escrito la banda sonora de varias generaciones, sino porque su vida entera es un ejercicio de contradicción perfecta: el niño prodigio que se convirtió en profeta del caos, el genio musical que saltó de un noveno piso, el cronista de dictaduras que terminó rescatado por su antiguo enemigo cultural.

A sus 73 años, García sigue siendo una paradoja ambulante. O en silla de ruedas, más bien, porque así lo vemos últimamente en sus apariciones públicas. Pero no nos engañemos: ese cuerpo frágil alberga una mente que acaba de colocar los trece temas de su último disco en el Top 50 de Spotify Argentina. En 2024. Como si nada.

La cosa empieza mal. Carlitos tiene tres años cuando sus padres se van de viaje por Europa y lo dejan con niñeras. El niño, tímido y sensible hasta el mutismo, no lo toma bien. La crisis nerviosa es tan brutal que le provoca vitíligo. De ahí sale ese bigote bicolor que después sería marca registrada. Su madre lo diría años más tarde, con esa culpa que no prescribe: «nunca me perdonó ese viaje».

Pero de las heridas más feas a veces brotan los talentos más raros. Carlitos casi no hablaba, pero a los dos años ya tocaba de oído una citarina y un piano de juguete. Cuando sus padres regresan, la madre descubre que el niño ha aprendido solo las melodías de una caja musical. Le compra un piano de verdad. Empieza a tomar clases.

El momento del descubrimiento llega en una reunión familiar. Charly está de espaldas cuando Eduardo Falú, guitarrista célebre, toca algo. El niño murmura que la quinta cuerda está desafinada. Comprueban. Tiene razón. Carlitos posee oído absoluto, esa rareza neurológica que tiene una persona de cada diez mil. Puede identificar y reproducir cualquier nota sin referencia externa. Es como tener un superpoder, solo que en lugar de volar o hacerte invisible, puedes escuchar el mundo con una precisión que a veces es más maldición que bendición.Su profesora de piano, Julieta Sandoval, le mete una idea en la cabeza que García nunca olvidará: para elevarse hay que atravesar el camino del sufrimiento. Vaya si lo atravesó.

Con Nito Mestre forma Sui Generis en la secundaria. Es 1972 y Argentina está a punto de entrar en su peor pesadilla, pero todavía nadie lo sabe del todo. El primer disco, “Vida”, trae «Canción Para mi Muerte«, que Charly compone en un hospital militar mientras finge un soplo cardíaco para zafar del servicio militar. Así empieza todo: con una mentira, un hospital y una canción.

La banda crece rápido. “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones” (1974) ya muestra las garras: las letras se vuelven elípticas, críticas, peligrosas. La Triple A anda suelta y hay que aprender a decir las cosas sin decirlas del todo.

En 1975 se separan. El concierto de despedida en el Luna Park no es solo un show: es la primera vez que la juventud argentina entiende su propio poder como masa. Ahí está Charly, con 24 años, catalizando algo que todavía no tiene nombre pero que ya es imparable. Al año siguiente llega la dictadura y todo se vuelve ceniza.

Mientras los militares instalaban el terror, García decide hacer La Máquina de Hacer Pájaros. Es la banda menos conocida de su carrera, pero quizás la más arriesgada. En pleno 1976, cuando el régimen impone la simplificación brutal, Charly responde con rock sinfónico, dos tecladistas, complejidad máxima. Es un acto político disfrazado de virtuosismo: si ellos silencian, él complica. Si ellos aplastan, él construye muñecas rusas de sonido.Las autoridades entienden el mensaje. El concierto en el Luna Park de junio de 1977 termina con represión feroz. La banda se disuelve. Charly se va a Brasil, obsesionado con el Tropicalismo. Ahí, en Búzios, forma Serú Girán.

Serú Girán es el supergrupo. Con David Lebón, Pedro Aznar y Óscar Moro, se convierten en «los Beatles argentinos». Pero estos Beatles tocan bajo dictadura, así que tienen que aprender el idioma de la metáfora.La grasa de las capitales (1979) es una sátira mordaz. Incluye «Viernes 3 AM», tan cruda en su descripción del suicidio que la censuran de inmediato. García aprende la lección: hay que gritar sutilmente.Entonces viene Bicicleta (1980) y con él, «Canción de Alicia en el país». Usando a Lewis Carroll como escudo, García describe la tortura, las desapariciones, el terror. Es una de las alegorías más devastadoras sobre el terrorismo de Estado jamás escritas. Los conciertos de Serú Girán se vuelven espacios de catarsis colectiva, lugares donde todavía se puede respirar.

La banda se separa en 1982, pero vuelven en 1992 para dos conciertos en River que convocan a 120 mil personas. Un récord absoluto.

Charly empieza su carrera solista justo cuando la dictadura se desmorona. El 26 de diciembre de 1982, se convierte en el primer solista argentino en tocar en un estadio de fútbol. Más de 25 mil personas en Ferro. Interpreta «No bombardeen Buenos Aires» y es catarsis pura.Luego viene Clics modernos (1983), grabado en Nueva York. García importa la New Wave, usa por primera vez la Roland TR-808 en Argentina. El disco trae «Los dinosaurios», que se convierte en el himno definitivo sobre los desaparecidos. Lo curioso es que García después diría que no pensaba en los militares cuando la escribió, sino en «el sentimiento de ausencia» en general. Así funcionan los himnos: les das un significado y la gente le encuentra veinte más.

Piano Bar (1984) lo convierte en superestrella. “Parte de la religión” (1987) es su pico de sofisticación técnica, el mejor sonido del rock argentino de los ochenta. Pero algo cambia. Con el fin de la dictadura, el enemigo externo desaparece. La música de Charly se vuelve hacia adentro. Ya no importa tanto lo que pasa en la calle sino cómo se siente Charly. Es el puente necesario hacia el caos que viene.En los noventa, García adopta el «Constant Concept» de Say No More. La frase viene de una escena de Help! de The Beatles. Se convierte en filosofía de vida: vivir sin prejuicios, sin ideas anticuadas. Pero lo que significa en la práctica es el fin del Charly soñador y luchador. Llega el Charly del caos puro.El 3 de marzo de 2000, en Mendoza, Charly García salta desde el noveno piso del Hotel Aconcagua. Dieciocho metros. Cae en la piscina. El salto dura 1.91 segundos.Las versiones son múltiples: que había un policía buscándolo, que estaba enojado por una llamada fallida, que estaba aburrido. García le dice al policía: «¿Y quién te mandó a no estudiar?». Se vuelve leyenda instantánea.Pero no fue un acto de pura locura. Primero arrojó un porta CD de madera con forma de gato para calcular la trayectoria. Él mismo lo confirmó después: «Practiqué. ¿Vos te creés que estoy loco? No, no estoy loco».

Es la performance definitiva de Say No More. García convierte su vida en arte, o su arte en vida, ya nadie sabe dónde empieza uno y termina el otro.

Para 2008, los excesos cobran factura. Ironías del destino: otra vez en Mendoza, Charly tiene un colapso. Destruye habitaciones de hotel, lo hospitalizan por neumonía, termina internado en la clínica Dharma. La justicia interviene.Entonces ocurre algo simbólico y hermoso. Palito Ortega, el ícono del Club del Clan, el representante de la música popular que el rock siempre había despreciado, va a visitarlo. Charly le suplica: «Sacame de acá, ayudame».Palito consigue la autorización judicial y se lo lleva a su quinta en Luján. Viven juntos un año. Es la reconciliación de las dos Argentinas musicales. Palito pone su estudio a disposición. León Gieco, Nito Mestre, Pedro Aznar empiezan a visitarlo para tocar. La música, su oxígeno, vuelve a ser terapia.

En 2024, a los 73 años, lanza La lógica del escorpión. Los trece temas entran al Top 50 de Spotify Argentina. Más de la mitad al Top 30 de YouTube. Colaboran Fito Páez, David Lebón, Pedro Aznar. Hay incluso una voz del difunto Luis Alberto Spinetta. El álbum le da otro Gardel de Oro, su tercero.En mayo de 2025, García entrega su legado a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en Madrid. Lo que dona es revelador: la letra de «Los dinosaurios» (1983) y la de «Rock and roll star», de su último disco. Al poner juntas su obra de hace cuarenta años con la de ahora, hace una declaración: su carrera no son etapas, es una línea continua. No hay Charly viejo y Charly nuevo. Hay un solo Charly, el mismo que a los tres años quedó marcado por el abandono y aprendió a hablar con las notas en lugar de con las palabras.

Ver a Charly en silla de ruedas genera inquietud. Su cuerpo es frágil, consecuencia de una vida vivida al límite. Pero su mente sigue produciendo, sigue dominando los charts, sigue siendo relevante de una manera que desafía cualquier lógica comercial.Su historia es la de un país entero: contradictoria, dolorosa, resiliente, imposible de matar. Él mismo lo resumió mejor que nadie: «La música es mi oxígeno». Y con ese oxígeno respiró a través del trauma, la represión, el colapso. Y sigue respirandoEl bigote bicolor, ese que nació de un abandono a los tres años, sigue ahí. El oído absoluto también. Y la capacidad de convertir el dolor en canciones que le dan sentido a todo lo demás.

 

 

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