Generic selectors
Coincidencias exactas únicamente
Buscar un título
Buscar contenido
Post Type Selectors

Hay algo que nadie les dice a los que están cerca de los cincuenta: el sexo no se acaba, pero tampoco sigue igual. Y entre esas dos verdades cabe un mundo de confusión, silencios incómodos y preguntas que nadie se atreve a hacer en voz alta.

La cosa es así: durante años nos vendieron la idea de que la sexualidad es cosa de jóvenes, de cuerpos firmes y hormonas alborotadas. Después de cierta edad, según ese cuento, uno debería conformarse con el bingo y las telenovelas. Pero resulta que la realidad es mucho más interesante —y complicada— que eso.

Para las mujeres, la menopausia es como si alguien reorganizara todo el sistema hormonal sin avisar. No es solo que bajan los estrógenos; también se van la progesterona, la testosterona y hasta la oxitocina, esa hormona que nos hace querer estar cerca de alguien. El resultado es una mezcla entre sequedad vaginal, dolor durante el sexo y un deseo que parece haberse ido de vacaciones sin fecha de regreso.

Un estudio con más de cien mujeres menopáusicas encontró que casi dos tercios experimentaron algún cambio en su función sexual. Pero —y esto es importante— lo que más se afectó no fue la capacidad de disfrutar, sino el deseo espontáneo. Esas ganas que antes aparecían de la nada.

Los hombres tampoco se salvan. A partir de los cuarenta, la testosterona empieza a bajar como un uno o dos por ciento cada año. Suena poco, pero a los cincuenta ya llevan una caída del veinticinco por ciento. Y con eso vienen la disfunción eréctil, menos libido, más cansancio y un humor de perros. Es un círculo vicioso: la fatiga mata el deseo, la falta de ejercicio empeora la circulación, y la mala circulación complica aún más las erecciones.

Aquí está el problema gordo: cuando el deseo espontáneo desaparece, muchas parejas piensan que se acabó el amor. Ella evita el contacto porque le duele o porque ya no siente «esas ganas». Él lo interpreta como rechazo y se aleja. O al revés: él tiene problemas con las erecciones y ella cree que ya no la encuentra atractiva.

Pero resulta que hay una distinción clave que casi nadie conoce: una cosa es el deseo sexual y otra muy distinta es el interés por tener una vida íntima satisfactoria. La mayoría de las personas después de los cincuenta siguen queriendo cercanía, placer y conexión. Lo que cambia es cómo llegan ahí.

Esto es lo que los sexólogos saben y pocas personas entienden: existe el deseo espontáneo (el que aparece solo, como en las películas) y existe el deseo receptivo (el que se enciende cuando ya empezaste a conectar).

En la juventud, el deseo suele llegar primero. Después de los cincuenta, el deseo llega después: después de una conversación, después de un abrazo, después de tomarse el tiempo para crear intimidad. No es peor ni mejor. Es distinto.

El «nuevo despertar» del que hablan los expertos no es volver a ser como a los veinte. Es aprender a encender el deseo de otra manera: más consciente, más comunicada, más profunda.

Mientras tanto, la medicina moderna tiene respuestas para casi todo lo físico.

Para la sequedad vaginal, hay dos armas básicas. Los humectantes vaginales se usan regularmente para restaurar la salud del tejido (los que tienen ácido hialurónico son los mejores). Y los lubricantes se usan durante el sexo para que todo sea más cómodo. Nada de vaselina, por favor: altera el pH y puede causar infecciones. Mejor a base de agua o silicona.

Para la disfunción eréctil, lo primero es entender que casi siempre es una señal de algo más. Las arterias del pene son más chiquitas que las del corazón, así que los problemas de circulación aparecen ahí primero. De hecho, la disfunción eréctil puede aparecer hasta tres años antes de un infarto. Por eso la consulta con el urólogo no es solo para el sexo: es para la vida.

Los tratamientos van desde cambios en el estilo de vida (dejar de fumar, hacer ejercicio, bajar de peso) hasta medicamentos como el sildenafil o el tadalafilo. Y si eso no funciona, hay inyecciones, bombas de vacío e incluso implantes.

Las terapias hormonales también existen, pero hay que usarlas con cabeza. Para las mujeres, la terapia hormonal local (cremas, óvulos) es segura y muy efectiva para el dolor sexual. La sistémica es otra historia: tiene más riesgos y solo se usa cuando los síntomas son severos. Para los hombres con testosterona baja confirmada por exámenes, el reemplazo hormonal puede cambiarles la vida.

Suena raro, pero es cierto. Las parejas que logran adaptarse a esta nueva etapa reportan una intimidad más profunda que nunca. ¿Por qué? Porque ya no están tratando de impresionarse. Porque la confianza construida en años les permite ser vulnerables. Porque han aprendido a hablar de lo que les gusta y lo que no.

Y porque descubren algo liberador: el sexo no es solo penetración. Es todo el cuerpo. Es el juego previo que se toma su tiempo. Es la masturbación mutua. Es el sexo oral. Es probar cosas nuevas. Es reírse cuando algo no sale como uno esperaba.

De hecho, hay una ironía hermosa en todo esto: lo que ella necesita (más tiempo, más preliminares, más conexión emocional) es exactamente lo que a él le quita presión. Y lo que él necesita (menos enfoque en la erección, más creatividad) es justo lo que a ella le abre posibilidades de placer.

Mantener una vida sexual activa después de los cincuenta no es un lujo. Es medicina preventiva. Los estudios muestran que ayuda al corazón, refuerza el sistema inmune, reduce el estrés, mejora el sueño, alivia dolores crónicos y hasta mantiene el cerebro más agudo. En las mujeres, las contracciones del orgasmo fortalecen el suelo pélvico y ayudan con el control de la vejiga.

O sea: el sexo después de los cincuenta no solo es posible. Es conveniente.

En Colombia, el sistema de salud está bien preparado para esto.

Lo peor que le puede pasar a una pareja madura es creer que «ya no es para nosotros». Que el deseo que se fue no vuelve. Que los cambios del cuerpo son una sentencia.

La verdad es que cuarenta por ciento de las mujeres posmenopáusicas que disfrutan plenamente del sexo son las que identificaron los problemas y los trataron. No se resignaron. No asumieron que así eran las cosas. Buscaron soluciones.

Y esas soluciones existen: físicas, psicológicas, relacionales. Pero requieren dos cosas que a veces cuestan más trabajo que cualquier medicamento: hablar claro y estar dispuesto a reinventar la intimidad.

Porque al final, de eso se trata. No de recuperar lo que se fue, sino de construir algo nuevo con lo que hay ahora. Y resulta que lo que hay ahora —experiencia, confianza, paciencia, complicidad— puede ser mucho mejor de lo que había antes.

LEAVE REPLY

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *