Ahogarse en lo pandito

Guy Debord fue un filósofo, escritor y cineasta francés, que en la bohemia de París pudo imaginar lo hoy nos pasaría. ”La sociedad del espectáculo” la llamó: «Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación». Debord argumentaba que la historia de la vida social se podía entender como “la declinación de ser en tener y de tener en simplemente parecer”. Y así es. Y así no va.

 

Gastamos nuestra vida en función de los demás, en la aceptación de los demás, en la aprobación de los demás, en el placer de los demás. Nos hemos olvidado que nuestro amor propio será poquito, pero es nuestro. Nos llenamos de likes y de amigos invisibles, de selfies y de poses, de peleas sin sentido y discursos vacíos y pueriles. Las redes sociales nos han evitado esas amistades que nacían por contagio luego de tomarse una gaseosa con boronas entre tres mocosos de tenis rotos y gastados o el miedo incontrolado en las negociaciones previas al noviazgo, bien para cuadrarlo o bien para terminarlo. Hoy basta un mensaje por whastapp y la relativa calma que nos brindan las dos rayitas de recibido.

Los gobernantes de antes mandaban por decretos y por leyes, comunicaban por edicto y ordenaban por memorando. Por eso tal vez eran respetables. Sin embargo, el mundo se llenó de mandatarios que tuitean y por lo tanto opinan y dicen, sin que sus ciento cuarenta caracteres tengan fuerza de ley, porque en la red no pasan de ser un ciudadano más al que se le controvierte, se le trolea, se le insulta, como a cualquiera.

 

«Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación»

Guy Debord

 

Nos gusta lo pandito porque creemos que lo complejo es complicado y nos perdemos la delicia de ver la vida en varias dimensiones, de ir más allá de las arengas y el tumulto, de dejar de ser gregario para vivirla a nuestra manera, sin joder a nadie, pero sin aceptar lo que nos impongan los demás.

Nadie sabe si nuestra vida de antes era mejor, pero por lo menos, mucho más tranquila, más básica, más precaria, más feliz. Bastaba un balón de fútbol para estar alegre, correr sin pisar las líneas, silbar para que los amigos salieran, tomar onces donde los vecinos o robarse una ciruela en el Carulla, sin necesidad de publicarlo en Instagram.

 

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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