Amamos a Arjona y a Coelho

Partamos de un hecho simple.  La mitad de los que dicen odiar a Ricardo Arjona, lo escuchan mientras leen a Paulo Coelho.  Y es que no se trata de defender la calidad de las canciones de Arjona, que bien pueden estar en la misma categoría de las de  Santiago Cruz, Andrés Cepeda, Darío Gómez, las hermanitas Calle, James Blunt o Celine Dion. Tampoco hablemos que Coelho sea merecedor de un nobel de literatura o a un Premio Cervantes. Eso hace parte de los gustos de las personas y de su libre albedrío.

De lo que se trata entonces es de hablar de la hipocresía  y el esnobismo de criticarlos en público y amarlos en privado, como los curas y legisladores que desde el púlpito y la tribuna hacen y deshacen contra la población  LGBTI y en la noche les encanta el rímel, los cucos y las medias veladas.

La mitad de los que dicen odiar a  Arjona, lo escuchan mientras leen a Coelho

Guste o no, Arjona ha logrado construir una sólida carrera y después de 25 años sigue llenado estadios y vendiendo discos. Y ni que decir de  Coelho, que duélale al que le duela, ha vendido más libros que el mismo Jorge Amado, lo que obviamente no quiere decir que su literatura sea buena. Ni mala. Es, simplemente. Y a mucha gente le gusta. Y los tararean  y los leen, lo que no le pasa a muchos de los que los critican.

Esa corriente intelectualoide, tan vacua y vacía como los versos que critican, pero  más melifluos y con más adornos, argumentan la perversión de la cultura y la prostitución de lo popular, pero en el fondo, su problema es ese, que sean populares, que le guste a la plebe casposa y que se vendan en las cajas registradoras de los almacenes de cadena mientras que ellos se devoran a sí mismos en medio de una antropofagia docta y sabia.

Hay una corriente intelectualoide, tan vacua y vacía como los versos que critican,

La magia de Arjona y de Coelho, si es que la tienen, reside en que le apuestan a lo básico, a lo elemental, a lo primario,  a lo obvio. Y es que decir, como dice Arjona, que / la tele es un revólver y el vecino es un caníbal como yo /y hay tanta gente por la calle disimulando la amargura /hay tantos lunes que los viernes están armando sindicatos/  es cursi  y afectado, pero quién que haya estado enamorado no ha dicho eso o cosas peores. Decir como dice Coelho que “Este pastelero no hace dulces porque quiera viajar, o porque se quiera casar con la hija de un comerciante. Este pastelero hace dulces porque le gusta hacerlos”, puede sonar y ser ridículo, pero es una verdad irrebatible que para quien haya estado deprimido y en la mala, pueden resultar una luz al final del túnel.

Tal vez sea el momento de salir del closet y prepararle un croissant a los recuerdos…

 

Mauricio Liévano

“Me gustan los juegos de palabras. En realidad más los juegos que las palabras”. Fundador de Atardescentes

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