La capital colombiana ya no es la misma ciudad de abrigos gruesos y lluvia constante que conocieron nuestros abuelos. Los datos científicos revelan una transformación climática sin precedentes.
Existe una teoría urbana curiosa que circula entre algunos bogotanos: que el clima de la ciudad cambió cuando comenzaron a llegar habitantes de otras regiones del país con sus vestimentas de colores claros, reemplazando los tradicionales tonos oscuros que caracterizaban el guardarropa capitalino.La lógica detrás de esta idea tiene un toque poético: los colores oscuros absorben más calor solar, mientras que los claros lo reflejan. Según esta teoría, cuando la ciudad se llenó de camisas blancas, amarillas y rosadas en lugar de los eternos grises, negros y azules oscuros.Aunque científicamente es muy poco probable que la vestimenta haya influido en el clima urbano (la ropa cubre una fracción mínima del área de la ciudad), este mito revela algo interesante sobre la percepción humana: a veces asociamos cambios visuales con cambios climáticos reales. Es posible que las personas hayan notado tanto el cambio en la moda como el aumento real de temperatura por otras causas, y su cerebro conectó ambos fenómenos.La realidad es que la ropa no cambió el clima, pero el clima sí cambió nuestra forma de vestir.
Entre 1965 y 2025, Colombia registró un aumento de 0.74°C en su temperatura promedio, y Bogotá no ha sido la excepción. Para ponerlo en perspectiva: enero de 1998 fue el mes más caluroso registrado desde 1960, con una temperatura promedio de 23.74°C a nivel nacional. El culpable: el fenómeno de El Niño más intenso de los últimos 60 años.Pero no se trata solo de un par de grados más. El primer trimestre de 2025 registró temperaturas promedio de 15.03°C en Bogotá, con máximas de hasta 27°C. Números que habrían sido impensables décadas atrás, cuando la ciudad se caracterizaba por su clima perpetuamente fresco.La ciudad ahora enfrenta una paradoja climática: mientras en el occidente de Bogotá podría llover un 35% más de lo normal, en los Cerros Orientales y Sumapaz las precipitaciones podrían disminuir un 15%. Es como si la ciudad estuviera dividida en dos mundos meteorológicos.Esta variabilidad tuvo consecuencias dramáticas en 2024, cuando Bogotá enfrentó una de las peores sequías de su historia. Los niveles del sistema Chingaza descendieron al 10.5% de su capacidad, los más bajos en 40 años, obligando a implementar racionamientos de agua que afectaron a millones de bogotanos.
Los eventos climáticos extremos se han vuelto tan comunes que ya forman parte del vocabulario cotidiano de los bogotanos:
-Inundaciones repentinas: Localidades como San Cristóbal, Suba y Ciudad Bolívar reportan cada vez más personas afectadas por encharcamientos que antes eran excepcionales. Actualmente, 6,719 personas y el 30% del área urbana se encuentran en riesgo de inundación.
-Incendios forestales: Los Cerros Orientales arden con mayor frecuencia, alterando el equilibrio hídrico y destruyendo la vegetación que ayuda a regular el clima local.
-Olas de calor urbanas: El fenómeno de «Isla de Calor Urbana» hace que ciertas zonas de la ciudad, especialmente en el suroccidente (Puente Aranda, Fontibón, Kennedy), registren temperaturas significativamente más altas que las áreas rurales circundantes.
¿Por qué está pasando esto?
La respuesta es compleja y tiene varios culpables:
El crecimiento desmedido
Bogotá pasó de 100,000 habitantes en 1900 a más de 8 millones proyectados para 2025. Esta explosión demográfica trajo consigo una expansión urbana que reemplazó zonas verdes por concreto y asfalto, creando superficies que absorben y retienen más calor.
Nuestros hábitos diarios
Cada bogotano genera 3.2 kilogramos de basura electrónica al año y solo recicla el 17%. El sector transporte es responsable del 78% de las emisiones contaminantes, con vehículos diésel que, siendo apenas el 6% del parque automotor, contribuyen con el 82% de las emisiones de material particulado.
La pérdida del verde
La deforestación en la Amazonía afecta los «ríos voladores» que traen humedad a los Andes y alimentan nuestras fuentes de agua. Localmente, la pérdida de suelos ecológicos por la expansión urbana reduce la capacidad natural de la ciudad para regular su temperatura.
El futuro que nos espera
Los datos son claros: el clima de Bogotá seguirá cambiando. Las proyecciones indican aumentos de temperatura entre 1.5°C y 2°C para 2050. Pero también está claro que la ciudad tiene herramientas para adaptarse y construir un futuro más sostenible.
La pregunta ya no es si el clima va a cambiar, sino cómo vamos a vivir con esos cambios. La Bogotá de nuestros nietos dependerá de las decisiones que tomemos hoy: desde elegir el transporte público sobre el vehículo particular hasta apoyar políticas que protejan nuestros ecosistemas urbanos.Después de todo, como demuestran estos 60 años de transformación, las ciudades no son solo concreto y asfalto: son organismos vivos que responden a nuestras acciones. Y Bogotá está esperando a que decidamos qué tipo de futuro queremos construir juntos.