El populismo es como ese amigo que llega a la fiesta con un megáfono, prometiendo pizza gratis, fuegos artificiales y limusinas para todos, pero te deja con una cerveza tibia y un Uber que nunca llega. Es un estilo político que seduce con soluciones simples a problemas complejos, dividiendo el mundo entre “el pueblo” y “los enemigos
El populismo no es de izquierda ni de derecha, aunque le encanta disfrazarse de ambos. Apela al “pueblo” como una entidad pura, enfrentada a una élite corrupta —económica, política o cultural—. El líder populista dice: “Yo soy como ustedes, yo los entiendo, y voy a pelear contra esos que los tienen jodidos”. Suena épico, pero la realidad no es una guion de Netflix. Los problemas no se resuelven con discursos encendidos ni enemigos imaginarios. El populismo prospera en crisis: desigualdad, inseguridad, desconfianza. Es un vendedor de milagros en una plaza llena de desesperados.
Los rockstars del populismo actual
Vamos a recorrer el escenario populista actual, con sus promesas, estilos y contradicciones
Nayib Bukele: el caudillo milenario
En El Salvador, Nayib Bukele es el populista que parece sacado de un manual moderno. Joven, carismático y maestro de las redes sociales, Bukele se presenta como el salvador de un país azotado por la violencia de las pandillas y la corrupción. Su “pueblo” son los salvadoreños hartos de la inseguridad y de los partidos tradicionales (ARENA y FMLN). Sus enemigos: las pandillas, la clase política y, cada vez más, cualquiera que critique su estilo autoritario.
Bukele llegó al poder en 2019 y consolidó su imagen con medidas drásticas, como su “guerra contra las pandillas”, que llevó a la detención masiva de supuestos criminales. Su popularidad es astronómica —encuestas recientes lo sitúan con una aprobación cercana al 90%—, pero su estilo tiene sombras. Ha concentrado poder, debilitado instituciones como la Corte Suprema y usado el espectáculo (¿quién no recuerda su entrada triunfal al Congreso con militares?) para reforzar su imagen de líder implacable. Bukele es el populismo 2.0: usa TikTok y Bitcoin como banderas, pero su control del poder recuerda a los caudillos de antaño.
Javier Milei: el león de la motosierra
En Argentina, Javier Milei es el rockstar desalinizado del populismo libertario. Con su motosierra como símbolo, llegó a la presidencia en 2023 prometiendo desmantelar la “casta” política y liberar la economía. Su “pueblo” es la clase media agotada por la inflación; sus enemigos, los políticos tradicionales y “los zurdos”. Pero sus recortes drásticos han generado protestas, y muchos se preguntan si su motosierra corta más de lo que el pueblo puede soportar.
Donald Trump: el showman que nunca se va
En Estados Unidos, Donald Trump sigue siendo el rey del populismo. Su lema “Make America Great Again” promete un regreso a un pasado mítico, enfrentándose a inmigrantes, medios (“fake news”) y la élite de Washington. Trump no necesita coherencia: un día defiende a los trabajadores, otro recorta impuestos a los ricos. Su magia está en hacer que sus seguidores sientan que él es su voz, incluso si los hechos no siempre lo respaldan.
Gustavo Petro: Tensionar la cuerda
En Colombia, Gustavo Petro encarna el populismo de izquierda. Exguerrillero, llegó al poder en 2022 con un discurso de justicia social y ambientalismo. Su “pueblo” son los marginados; sus enemigos, la oligarquía y los medios que lo cuestionan. Pero sus reformas ambiciosas chocan con un Congreso dividido y una economía frágil, mostrando la brecha entre las promesas populistas y la realidad.
El lado oscuro del populismo
El populismo polariza y debilita las instituciones. Bukele, por ejemplo, ha sido criticado por socavar la democracia al controlar el Poder Judicial y limitar la prensa. Milei, Trump y Petro, cada uno a su manera, alimentan la división y el culto al líder. Sus promesas —sean de libertad económica, seguridad o igualdad— suelen ser insostenibles, dejando a sus seguidores con más frustración que soluciones.
El populismo no va a desaparecer mientras haya crisis. Bukele, Milei, Trump y Petro son síntomas de un mundo que clama por respuestas. Pero, como en todo atardecer, la luz puede engañar. El desafío no es solo rechazar a los populistas, sino construir instituciones sólidas y diálogos que no terminen en gritos. Mientras el sol se pone y el café se enfría, la pregunta queda en el aire: ¿seguiremos cayendo en el embrujo del populismo o aprenderemos a leer entre líneas?