Borgen es una gran serie de Netflix donde se muestra todo lo que pasa detrás del poder en Dinamarca.
Pues bien. Los países nórdicos y escandinavos —Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia— son un referente global en gobernanza. Sus sistemas, basados en confianza, transparencia y bienestar, se alzan como modelos que inspiran a unos y frustran a otros por su aparente perfección. Pero este contrato social, tan admirado, no es un monolito sin fisuras.
Tiene virtudes que rozan lo ejemplar y defectos que, aunque menos publicitados, son igual de reales. En este rincón de tinta y equilibrio, desglosamos las firmas de gobierno de estos países, con sus aciertos y tropiezos, sin caer en la idolatría ni en el cinismo.
El sello distintivo de los gobiernos nórdicos es su estado de bienestar, financiado por impuestos altos pero progresivos. En Suecia, el tipo impositivo puede superar el 50% para ingresos altos, mientras que en Dinamarca el IVA es del 25%. A cambio, los ciudadanos reciben educación gratuita (desde guarderías hasta universidades), salud universal de calidad y pensiones que garantizan dignidad en la vejez. Noruega, con su fondo soberano de 1.4 billones de dólares, usa las ganancias del petróleo para reforzar este sistema, asegurando estabilidad económica a largo plazo. El resultado es tangible: Finlandia lidera en educación (PISA 2022), y Dinamarca tiene una de las menores tasas de pobreza (5.3% en 2023).
Sin embargo, este modelo no es infalible. Los altos impuestos generan resistencia, especialmente entre emprendedores y pequeñas empresas, que a veces optan por mudarse a países con cargas fiscales menores. Además, el sistema depende de una población trabajadora que sostenga la maquinaria. Con el envejecimiento demográfico —en Suecia, el 20% de la población supera los 65 años—, los gobiernos enfrentan el reto de financiar pensiones y salud sin comprometer otros servicios. La inmigración, vista como una solución, ha traído tensiones: en Suecia, la llegada de refugiados sirios y afganos desde 2015 ha incrementado los costos sociales y desatado debates sobre integración, con índices de desempleo entre inmigrantes (15%) que triplican los de los nativos.
La transparencia es otro pilar. Estos países dominan los rankings de corrupción baja: Dinamarca y Finlandia ocuparon los puestos 1 y 2 en el Índice de Percepción de Corrupción 2024. Sus gobiernos publican datos abiertos, desde presupuestos hasta gastos de funcionarios, y las leyes de acceso a la información son robustas. Islandia, por ejemplo, fortaleció su marco legal tras la crisis bancaria de 2008, que expuso la necesidad de mayor escrutinio.
Pero la transparencia no inmuniza contra errores. En Noruega, el fondo soberano ha enfrentado críticas por invertir en empresas con prácticas cuestionables, como la explotación laboral en Asia o la deforestación en América Latina. Aunque el fondo tiene un consejo ético, las decisiones no siempre satisfacen a todos. En Dinamarca, escándalos como el “Minkgate” de 2020, donde el gobierno ordenó el sacrificio masivo de visones por el COVID-19 sin base legal clara.
La igualdad es otro orgullo nórdico. Suecia y Noruega lideran en paridad de género: el 47% de los parlamentarios suecos son mujeres, y las licencias parentales compartidas (480 días en Suecia, divisibles entre ambos padres) son un estándar global. Las políticas redistributivas han reducido la desigualdad económica: el coeficiente de Gini de Finlandia (0.26) está entre los más bajos del mundo.Aun así, hay sombras. Las mujeres, aunque presentes en la política, enfrentan barreras en el sector privado: en Noruega, solo el 8% de los CEO de grandes empresas son mujeres.
Los gobiernos nórdicos destacan por su capacidad de innovar. Finlandia experimenta con renta básica universal, y Dinamarca impulsa energías renovables, con el 80% de su electricidad proveniente de fuentes verdes en 2023. La estabilidad política es otra fortaleza: coaliciones multipartidistas y consensos evitan los vaivenes de otros sistemas. Islandia, con su democracia participativa, incluso permitió a ciudadanos redactar una nueva constitución tras 2008 (aunque no se implementó).
Pero la estabilidad puede rozar la rigidez. La presión social por el conformismo, enraizada en conceptos como el Janteloven danés, desalienta a veces la disidencia o la creatividad disruptiva. Además, los altos niveles de bienestar no eliminan problemas de salud mental: Suecia y Finlandia tienen tasas de suicidio de 11.8 y 15.9 por 100,000 habitantes, respectivamente, superiores a la media europea. Los gobiernos han invertido en prevención, pero los resultados son lentos.
El modelo nórdico es un logro humano, no un milagro. Sus gobiernos han construido sociedades donde la confianza, la equidad y la transparencia son reales, no solo slogans. Han demostrado que altos impuestos pueden traducirse en bienestar colectivo, que la igualdad es alcanzable y que la innovación puede convivir con la estabilidad. Pero no son inmunes a los retos: la inmigración, el envejecimiento, las demandas de minorías y las presiones económicas globales prueban los límites del sistema. Copiarlo sin entender su contexto —poblaciones pequeñas, homogeneidad histórica, alta cohesión social— es como querer trasplantar un rosal a un desierto.