Yo no sé si voy de entrada o de salida. Y es que el pabellón norte huele a desinfectante barato y a esa tristeza que se pega en las paredes como la humedad del invierno bogotano que antecede a los agostos. Los azulejos verdes, agrietados por el tiempo y la negligencia, reflejan la luz mortecina de los tubos fluorescentes que parpadean como ojos moribundos. En los pasillos se arrastran las pantuflas de los internos, ese sonido rasposo que se confunde con los lamentos, mientras las enfermeras de uniforme almidonado caminan con prisa, evitando las miradas perdidas de quienes han llegado ahí por culpa de la ciudad, de la vida, del ego y la soberbia o de esa locura particular que nos da a todos pero que solo algunos tienen la honestidad —o la desgracia— de poderlo confesar. El aire espeso carga historias rotas, sueños descarrilados y esa extraña paz que solo se encuentra en los lugares donde ya no queda nada por perder. Yo no sé si voy de entrada o de salida. Lo único que sé es que mirando lo que pasa no puedo más que pensar que el mundo está muy loco. El problema es que no logro distinguir si está afuera o está adentro de estas paredes que se caen.
Los amores de antes eran un poco más sencillos. Dos personas decidían hacerle caso al corazón y se lanzaban de cabeza a construir lo que viniera. Las guerras eran producto de los odios. En las de hoy, se llaman y se mandan memorandos para anunciar los drones y las bombas. Los hijos se reemplazaron por los perros y los gatos y las charlas, por el whastapp y la inteligencia artificial. Hasta ahí podría parecer algo normal. Lo que, si raya en la demencia y la locura, en la enajenación y la psicosis, en el disparate y la vesania, en la sandez y el desatino es todo lo que tiene que ver con la política.
Y es que tal vez estamos en mora de que la ciencia nos explique el por qué de ciertos enigmas que atormentan a la humanidad: De dónde venimos, probar la existencia de Dios, a dónde van las medias que se pierden en las lavadoras, por qué se desaparecen los alambres para cerrar las bolsas del pan y por qué, alguien en sus cinco sentidos, decide meterse a ser político.
Groucho Marx decía que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Nicolás Gómez Dávila en uno de sus escolios afirmaba que “el político tal vez no sea capaz de pensar cualquier estupidez, pero siempre es capaz de decirla». Woody Allen cree que «la vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema» y Robert Louis Stevenson afirmaba que “la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación». Otros piensan que es el arte de saber traicionar a tiempo y los académicos creen que es la forma ideológica que centra el poder en un grupo de personas que lideran y velan por las garantías de una población. La creación del término se le atribuye a Aristóteles, quien en el siglo V AC, desarrolló una obra con ese nombre. Decía que si gobierna un sólo ser humano y el sistema político es bueno lo llamamos monarquía, si es malo es la tiranía. En el gobierno de unos cuantos, si el gobierno es positivo tenemos la aristocracia, si es negativa, oligarquía. Si tenemos un sistema político donde gobiernan todos y el fin es bueno, tenemos el sistema político de la democracia, si el objetivo es malo tendremos la demagogia.
Al principio, todo era oscuridad. Luego aparecieron los políticos para robarse la licitación de la luz eléctrica. Hoy,la política ha derivado, casi, casi, en una verdadera empresa criminal de la que todos buscan lucrarse, en dinero, en votos, en poder, en influencia, pero en lucrarse al fin y al cabo. Los políticos, en el mejor de los casos, son oportunistas, mañosos, falsos, aprovechados, postizos, melindrosos, arrogantes, mentirosos, calculadores, manipuladores, hipócritas, serviles, vanidosos, demagogos, ventajistas, simuladores, trepadores, aduladores, cínicos, camaleónicos, megalómanos, populistas, charlatanes, embaucadores, veleidosos, interesados, artificiosos y teatrales y ficticios. Obvio, no son todos, (hay algunos que son peores) pero hay algunos que lo quieren, pero el sistema está diseñado para fracasar en la intentona de ayudar a los jodidos, de echar el mundo hacia adelante, de solucionar alguno de los males que nos aquejan hace años, de no dejarse tentar por nombrar a los amigos, de no envilecerse con las lisonjas y alabanzas de los chupamedias de ocasión o de aprovecharse en causa propia. Por eso, la ideología poco importa. Es una especie de esquizofrenia que afecta la capacidad de una persona para pensar, para sentir o para comportarse de manera lúcida. Una alteración de la personalidad, que induce alucinaciones y pérdida del contacto con la realidad.
Yo no sé si voy de entrada o de salida porque tampoco sé si la locura está de puertas para adentro o de puertas para afuera…