Apenas suena la fanfarria y la voz estentórea del locutor anunciando “El muuuuundo al instante”, todo parece revolverse en el corazón de los atardescentes. Un manojo de recuerdos flotan por la mente porque es traer a la memoria el olor a las crispetas, los dulcesitos Salvavidas y las chocolatinas Baby Johnny’s en la función de matiné.
Antes de la película, en esas salas oscuras que olían a cigarrillo y a sueños de celuloide, te clavaban El Mundo al Instante, un noticiero que era como un puñetazo en la cara: rápido, directo y con la voz de un locutor que parecía narrar el fin del mundo aunque estuviera hablando de una exposición de flores en Medellín.
El Mundo al Instante no era cualquier cosa. Era la versión en español de los noticieros alemanes de la Deutsche Wochenschau, que llegaron a Colombia y a medio planeta gracias a la UFA, una productora que sabía cómo hacer que el mundo pareciera un lugar donde todo pasaba al mismo tiempo.Este, era una versión actualizada del Die Deutsche Wochenschau (El Noticiario Alemán) el noticiario unificado y controlado que se proyectaba en los cines del Reich alemán nazi desde 1940 hasta 1945. Se mostraba entre el documental cultural y la película principal y servía tanto para informar sobre los acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial como para difundir la propaganda nazi. Cada semana se enviaban unas 2000 copias por todo el Reich, además de cientos de copias en idiomas extranjeros para los aliados, los estados neutrales y los campos de prisioneros de guerra. Una parte considerable del material fílmico conservado de esta época está compuesto por imágenes de los noticiarios.
En los 70, cuando la tele todavía era un lujo y el periódico llegaba con noticias de hace tres días, este noticiero era como un portal al planeta entero. En diez minutos te mostraban de todo: desde Nixon haciendo promesas del Vietnam que nadie le creía hasta un desfile de modas en París con faldas que parecían cortinas robadas de un hotel. Y claro, no podían faltar los Lipizzaner, esos caballos que bailaban mejor que uno en una fiesta de pueblo, o un partido de hockey sobre hielo.
Lo que hacía especial a El Mundo al Instante no era solo la velocidad con la que te bombardeaban las imágenes, sino el tono. Ese locutor, con su voz de barítono que parecía salida de una catedral, te hacía sentir que estabas presenciando la historia en tiempo real. ¿Charles de Gaulle siendo homenajeado? Lo veías. ¿Un nuevo carro con forma de nave espacial? Ahí estaba. ¿Un partido de fútbol en Alemania? También. Todo con un montaje que no te dejaba respirar, como si el mundo entero estuviera corriendo una maratón y tú apenas alcanzabas a mirar desde la tribuna.
Pero no nos engañemos: en los 70, en Colombia, El Mundo al Instante era más que noticias. Era un ritual. Llegabas al teatro, comprabas tu crispeta (que entonces no costaba como un salario mínimo), y te sentabas a ver el mundo girar en la pantalla. Era la época en que la Guerra Fría ponía los nervios de punta, y aunque aquí estábamos más preocupados por el precio del café o por si el M-19 se robaba otro titular, ese noticiero te hacía sentir parte de algo más grande. Hasta el más humilde de los espectadores salía del cine pensando: “Carajo, el mundo está loco, pero yo lo vi primero”.
Con el tiempo, la tele se volvió reina y los noticieros de cine empezaron a desvanecerse. El Mundo al Instante se quedó en el recuerdo, como esos afiches de películas que se despintaban en las paredes. Hoy, si buscas en archivos como los del Bundesarchiv alemán, todavía encuentras pedazos de esos rollos en blanco y negro, con títulos que parecen sacados de una novela de García Márquez: “Reflejos del Mundo”, “Vida Deportiva”. Pero la magia ya no es la misma sin el crujir de las butacas y el murmullo del público. El Mundo al Instante fue, en su momento, el Instagram de los 70: efímero, impactante y con el poder de hacerte creer que entendías el mundo, aunque solo lo hubieras visto por un instante.